El deporte y el miedo a la vejez

No sé si sólo es una impresión mía o realmente se ha puesto de moda lo de hacer ejercicio. Podría ser que debido a vivir en las inmediaciones de la Casa de Campo, en Madrid, sea frecuente que me encuentre con gente corriendo (perdón, haciendo footing, no vaya a ser que quede como un desentendido), caminando con bolsas de tenis o pádel al hombro, con macutos y vestimenta de montaña o ya directamente sin mucha ropa haciendo flexiones u otras linduras que se engloban bajo el nombre de crossfit. Sin embargo, no es la zona, porque a este tipo de sujetos se les ve ya por toda la ciudad. Personas de todos los géneros y edades. Con un atuendo no sólo apropiado, sino llamativo. ¡Qué elegancia, qué porte! Guapos y guapas con sus colorines fluorescentes, sus audífonos puestos y sus zapatillas de marca.

Mente sana en cuerpo sano es su lema (me gustaría saber cuánto dedican a lo primero, porque más lectores no he visto). Como he dicho, no sólo hay jovencitos. De hecho, y apresurando mi juicio, es probable que vea más personas que están por encima de los cuarenta. Muchos de ellos con aspecto atlético; no cabe duda que van por buen camino. Mayores pero esbeltos, fornidos y con una condición física que muchos adolescentes envidiarían. Es probable que ellos mismos en su juventud no soñaron con alcanzar ese rendimiento. Dejaron los cubatas y los porros, para ponerse el chándal y comerse el mundo.

Lo que me hace gracia, y ahora que estoy trabajando con fisioterapeutas me lo confirman, es que estas ganas desmedidas por el deporte muchas veces tiene consecuencias desfavorables. Los consultorios de mis colegas son visitados por estos nuevos deportistas que no tardan en lesionarse. Personas que por querer compensar con ejercicio toda la holgazanería por la que han pasado los cuarenta años previos de su vida, se fastidian las rodillas, los tobillos, etc. Cómo no hacerse daño corriendo dos horas diarias, subiendo a la montaña o jugando partidas dos de cada tres días. El deporte machaca incluso a los profesionales (que por sus propios intereses de competición están dispuestos a este sacrificio), qué se puede esperar de individuos comunes cuyos hábitos tres días antes tenían más que ver con las terrazas y los bares, que con la gimnasia.

¿Qué hay detrás de esta moda? Casi podría apostar que un miedo terrible e inconsciente a envejecer. Ya sea con deporte o echando mano a otras artes, es un hecho que la humanidad nunca ha estado más cerca de la fuente de la eterna juventud. Un ejemplo: ves por la calle a una mujer de espaldas con mallas y zapatillas, tiene un tipo menudo y un pelo rubio que le cae frondoso por los hombros. Estás deseando que se dé la vuelta para ver si ese precioso cuerpo se corresponde con su rostro. Y cuando por fin lo hace te das cuenta que la susodicha te saca una veintena de años (y ojo, el que escribe esto ya no es para nada un jovenzuelo). ¿Dónde quedaron las ancianitas de antaño? Esos pelos blancos que armonizaban con los años bien vividos y ganados a pulso.

Tus amigos se adentran en esta moda poco a poco. Te invitan a dar paseos por la montaña y cuando les dices que no quieres madrugar un sábado te espetan: “Estás viejo”. ¿Cómo que estoy viejo? Soy viejo, me gustaría decirles si no fuera porque soy más joven que ellos —algunos somos ancianos atrapados en el cuerpo de jóvenes, pero con el tiempo nuestro receptáculo físico se va volviendo más acorde con el mental—. Esto me recuerda que el otro día conocí a una persona que piensa como yo en cuanto al rechazo que le tenemos al envejecer. Él debe tener unos sesenta y muchos y dice que sus amigos (de su edad) le dicen a veces: “¡Vámonos a ligar a una discoteca!” y él viéndolos con escepticismo les contesta: “A ver, ¿y si una te dice que sí, entonces qué?”. Negar la realidad a veces nos pone en predicamentos.

También está el caso del amiguete al que dejas de ver una temporada larga y un día te lo encuentras. Con asombro descubres que ahora es todo un schwarzenegger [bueno más modesto]. Cuando le haces ver tu sorpresa por la dedicación que debe suponerle el gimnasio te dice: “¡Bah! Si sólo voy dos veces a la semana a Pilates”.  Ya, ya, piensas.

En fin, la moda del deporte está aquí. Y con los años no está de más hacer un poco para evitar achaques. Además, tenemos que admitir que es mejor que seguir con el levantamiento de jarra y esos otros deportes menos saludables (aunque mil veces más apetecibles). Como decía Aristóteles, la prudencia está entre el exceso y el defecto. Yo, por el momento, aquí lo dejo que tengo una partida de pádel (y no es broma).

R.III

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También puedes averiguar más de la historia de Cuando el hoy comienza a ser ayer.

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©R.III

Acerca de Ramón Ortega (tres)

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