Una de las reflexiones que me gusta hacer en mis primeras clases de mis cursos y seminarios de literatura y escritura creativa, con la ayuda de los alumnos, es contestar a la pregunta: ¿para qué sirve la literatura? Ya que estas clases giran entorno a diversos aspectos de esta disciplina, me parece adecuado comenzar reflexionando sobre su utilidad (si es que la tiene). Así vamos dando paso a una lluvia de ideas que voy anotando en la pizarra. Respuestas de toda índole: “sirve para aprender sobre otras épocas históricas”, “nos ayuda a conocer otras culturas”, “otros idiomas”, “nos entretiene”, “nos permite evadirnos de la realidad”, etc. Una vez terminada la lista de opiniones comienza el análisis de los puntos y se llega a la conclusión que para cada uno de ellos existen alternativas mucho más eficaces, por ejemplo (y sigo el mismo orden): la historia, la antropología, la filología, la televisión –dónde va a parar- o las drogas. Algunas veces algún alumno aventajado hace la observación de que la Literatura te permite muchas veces combinar dos o más de las opciones mencionadas a la vez. No es una mala observación, sin embargo, al igual que las anteriores respuestas me parece que también es poco convincentes; todas ellas son más bien flojitas. Entonces, ¿para qué sirve la literatura de verdad?
Aquí entra en escena el bueno de Ludwig Josef Johann Wittgenstein. El filósofo austriaco dice en el prólogo de su famoso (y complicadísimo) libro Tractatus Logico-Philosophicus que todas las páginas de éste se pueden resumir con la sentencia de “todo aquello que puede ser dicho puede decirse con claridad; y de lo que no se puede hablar es mejor callarse”. Con ello quería decir que existen cosas que son inefables; o sea, que rebasan nuestros límites del lenguaje. Y aquello que rebasa nuestros límites del lenguaje, también rebasa nuestro límite de conocimiento. El problema, según Wittgenstein, es que lo verdaderamente importante para el ser humano es inefable, porque en esta categoría entran prácticamente todos los conceptos metafísicos: el amor, la justicia, la felicidad, la verdad. Son metafísicos porque nadie ha visto el amor o ha olido el amor o ha tocado el amor. De hecho, todos creemos que el amor existe y muchos hemos creído experimentar el amor, pero sin una verdadera certeza, porque es difícil comparar el amor que uno ha sentido con el que ha sentido otro. De hecho, si existe una definición del amor es porque hemos convenido una, pero es muy probable que entre dicha definición y el sentimiento que alberga en uno, haya un mundo de diferencia. Por lo tanto, para Wittgenstein todos estos conceptos metafísicos los deberíamos callar, porque nunca vamos a alcanzarlos con el lenguaje y esto implica que no los podremos conocer.
¿Qué hacer? Acudir a otro concepto que Wittgenstein introduce en su filosofía del lenguaje: la definición ostensiva. Pongamos un ejemplo sencillo, cómo se enseña a un niño ¿qué es el rojo? No se le puede decir que es un color, porque no habría una distinción entre el azul, el amarillo u cualquier otro. La única forma que tenemos para conseguir explicar a un niño qué es el rojo, es “apuntando” a objetos que denoten ese color. Poco a poco el niño comprenderá que cuando apuntamos a esos objetos y decimos “rojo” no estamos haciendo referencia ni a la forma, textura o tamaño, sino al color. Así es como todos hemos aprendido los colores. A este apuntar Wittgenstein le llama definición ostensiva y gracias a ella podemos conocer algo que en principio es inefable, pues nuestro lenguaje no nos permite acceder a él.
Pero volviendo a nuestro tema inicial ¿esto en qué nos ayuda para conocer la utilidad de la literatura? Pues la respuesta vuelve a estar implícita en Wittgenstein. La forma de comprender aquellos conceptos inefables es apuntando a ellos; al igual que con los colores. Lo interesante es que esta ostentación no necesariamente debe ser física y la literatura es el mejor medio para apuntar a estos conceptos. Una buena obra no te dice lo que es el amor, pero apunta a un acto de amor, no te dice lo que es la justicia, pero apunta a un acto justo, no te dice lo que es la felicidad, pero apunta a un momento feliz. Y es a través de estos actos que vamos leyendo a través de la literatura –y con nuestras propias experiencias- con los que vamos construyendo poco a poco una mejor idea de lo que es el amor, la justicia o la felicidad. Dicho en otras palabras: la literatura nos ayuda a comprender lo que en principio es inefable. Ni la física o la química, ni ninguna otra disciplina, son capaces de mayor logro: enseñarnos las cosas importantes de la vida, lo que nos hace humanos, lo que nos hace únicos. Y además, de paso, nos ayuda a conocer todas esas otras cosas que he apuntado en la pizarra.
Este artículo fue publicado en la editorial de la revista Palabras Diversas número 40.
R.III