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Sobre el insomnio

No es nada habitual en mí, pero llevo un par de días sin poder dormir con facilidad. No sé si es la edad, que ya no me perdona ese café después de la hora de la comida y que me pasa factura en la noche. ¿O será que estoy cerca de terminar la tesis y eso significa ir tras de nuevos objetivos? ¿Quizá ha sido este fin de semana lleno de actividad infantil por el décimo cumpleaños de R.IV? ¿Que se acerca esa época que tanto detesto? Sabrá el diablo.

Lo cierto es que llevo un par de días revolviéndome en la cama, antes de caer vencido por el sueño (porque «al final siempre termino dormido»). Y eso me ha recordado ese viejo poemita que escribí hace más de una década. Unas líneas que hoy comparto con la esperanza de volver a poner la cabeza en la almohada y rendirme a los encantos de Morfeo. 

 

 

“Quien busque el infinito que cierre los ojos”

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser

 

 

Últimamente no puedo dormir

no inmediatamente como en mi niñez

y cuento borregos

hasta diez

pero sé que no va a servir

 

cuento aves, peces y cielos

cuento ambiciones

deseos y anhelos

cuento y canto canciones

y empiezo a contar recuerdos

 

entonces me invaden mis frustraciones

mis problemas y limitaciones

que me ahogan más el sueño

 

menos puedo dormir

y es cuando quisiera

empezar a contar olvidos

hasta ya no pensar y descansar

tantos son los esfuerzos nocturnos

que al final siempre termino dormido.

R.III

 

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Lo que perdió Madrid

Voy en un tren que me lleva del aeropuerto de Barajas a Príncipe Pío. Voy leyendo mientras escucho música, pero el cielo azul me invita constantemente a distraerme de la lectura. A través de la ventana, las vías paralelas parecen recorrer conmigo el trayecto y los bloques de edificios de viviendas se van quedando atrás; otros prácticamente idénticos los sustituyen en el cinético paisaje.  Me invade un pensamiento sobre esta porción de Madrid que contemplo. Esta ciudad es una isla cuyo mar está compuesto por estos extensos suburbios que terminan convirtiéndose en un océano dorado y manchego. Estoy enamorado de este pedazo del mundo que habito y sin embargo, pese al sol que otorga una perfecta temperatura, pese a la luminosidad que hace brillar más intensamente los colores, pese a esa canción que suena sólo para mí entre unos cuantos pasajeros; mi espíritu comienza a ser invadido por la melancolía.

Madrid ha perdido algo el día de hoy y ni siquiera se ha dado cuenta. El astro solar sigue propagando ese azul inmenso e infinito que se extiende en el horizonte; el músico que toca en este vagón no desentona e incluso me ha convencido para quitarme los audífonos; la jornada promete ser apacible y si quisiera podría emplearla en el primer capricho que me viniese a la cabeza; voy leyendo el último libro de Luisgé. Todos los ingredientes para que la felicidad invada mi corazón se encuentran reunidos en un trayecto que no es en absoluto inopinado. Si estoy ahora cruzando en horizontal la capital española no es por azar. La razón por la que me encuentro envuelto en estas elucubraciones me está presionando el esternón y crea un vacío en mi estómago. No es dicha lo que siento, por más que intente convencerme, tengo un motivo para sentir como se me aprieta el corazón. La melancolía está más que justificada.

Hoy se han marchado los Candiani*:: Carlos Candiani e Itzel Eguiluz se encuentran ahora probablemente pasando el control policial, o quizá ya adentro, esperando sentados, a que una gentil azafata los invite a abordar un avión que siempre maldeciré como el instrumento físico que me arrebató a dos amigos. El Manzanares ya no volverá a ser el mismo. La casa no volverá a sentir el cobijo de sus charlas, de sus sonrisas, de la candidez y amabilidad.

Vendrán más conversadores de literatura o de la problemática de la inmigración. Otros poetas nos regocijarán con sus creaciones y otros académicos nos llenarán la cabeza de reflexiones. Otros nos enseñarán esos rincones que desconocemos de Madrid, e incluso habrá quien nos regale aquellas entradas de teatro que no van a poder utilizar. No creo que nadie más nos regale una nespresso, pero caerán cafés, vinos, cerveza y gintonics a espuertas. Madrid y su amplitud todavía nos depara sorpresas, pero no nos engañemos…

Ya no tendremos a mano a esos dos amigos, mis amigos, los Candiani[1].

R.III

* En este punto toda la magia se ha venido abajo para Itzel (no sé cómo podría remediarlo)

[1]Una doble disculpa.


La inspiración poética

«Nada de lo que recibe el toque del arte es trivial”

Edith Wharton

He tomado la determinación de abrirme un poquito más con mis alumnos de Escritura Creativa. Es a ellos, o por ellos, que he decidido contar la forma en la que escribo poesía; pero si es que ya sólo decir que escribo poesía me desgarra de lo mucho que me abro, porque decir que esa serie de versos puede llegar a tener ese apelativo es mucho atrevimiento. Empiezo mal, lo sé, pero eso tiene lo de “abrirse”, que uno no estructura y esboza; no hace del discurso una estrategia, sólo deja fluir aquello que pretende mostrar. Esa es la idea que pretendo para las siguientes líneas, así que no os fijéis mucho en la forma; id al fondo.

El caso es que ayer tuvimos una clase de poesía y/o lenguaje poético a la que invité a mi amigo Carlos Candiani. ¿A quién más podría invitar? Yo no me iba a meter en ese berenjenal que significa enseñar lo que es la poesía. A él en cambio le encantó la idea. Es un atrevido, un loco, por eso es mi amigo, supongo. Además tiene toda la competencia para hacerlo, ya que considero que, de sus escritos, los mejores son sus poemas. En la charla habló de lo que es la poesía para poetas reconocidos (Juan Gelmán, José Emilio Pacheco, Mario Benedetti, entre muchos otros), planteó una serie de reflexiones en torno al tema, e hizo una selección de poesías que consideró iban a ser lo suficientemente cercanos para ellos; algo que les sedujera. Creo que lo consiguió, puesto que, por lo menos en apariencia (aunque ellos son expertos en aparentar), estaban entretenidos. Sin embargo, ese día en la tarde me puse a pensar que nunca nos habló de cómo hacía él para escribir poesía. Quizá en el fondo no quería revelarnos su secreto, no sé. Y yo, que no escribo poesía, pero que estoy dispuesto a abrirme el día de hoy, estoy a punto de contar mi estrategia de trabajo (si es que se le puede llamar así a eso que hago cuando escribo aquello a lo que no me atrevo a llamar poesía; ¡vaya lío!).

Ok. Allá voy.

De pronto –siempre es de pronto- una frase me ronda la cabeza. Esta oración generalmente es pábulo de una conversación que presencio indiscreto, de un paisaje, de la música que voy escuchando, de la sonrisa de una chica guapa, de la sonrisa de una chica no tan guapa, de una frase inteligente del libro de turno, de la sonrisa de una mujer que algunos dirían que es fea –y que yo simplemente la veo menos guapa- o de un suceso que me ha acontecido recientemente. No voy a ponerme pedante, la verdad es que la conjunción de palabras que forma el enunciado que aparece en mi cabeza casi siempre resulta motivada más de lo último que de los otros factores, pero lo sorpresivo es incondicional. Por eso opino que una parte fundamental de escribir, incluso por encima de la lectura, es la de vivir. Hay que experimentar intensamente los sucesos de la vida; salir a buscarlos si hace falta, pues esto ayudará a atrapar esas frases que aparecen de pronto.

Cuando surge y tengo la suerte de contar con un boli y un papel –procuro no salir sin estos elementos, pero a veces tengo la desdicha de perderme frases inteligentísimas, ya sean mías o de alguno de esos que voy leyendo, por tan inopinado descuido- cuando surge, repito, y llevo las herramientas, procedo a su registro inmediato; así, sin florituras ni aditivos, tal como aparece. En ese momento sé que es el germen de una poesía, porque no puedo precisar muy bien a qué se debe, pero desde que brota tengo la seguridad que lo será; incluso cuando el producto final, por provenir de mí, no lo pueda considerar poesía (y ya no voy a insistir más en ello).

Pasemos al ejemplo:

Ayer te dejé con esa mirada

Cuando emergió de las profundidades de mis pensamientos no había más. Sólo esta frase en mi cabeza que suele ser más caos que orden. También estaba en mi pensamiento su mano sujetándome, pero esa idea no tenía frase. El verso ya perfilado iba destinado a su mirada. No sabía si comenzaría con ella o si iría al final, pero sabía que iba a ser parte del poema. Muchas veces no puedo siquiera anticipar si va a ser el verso más significativo, pero da origen a la estructura que ahí mismo –con su aparición- he comenzado a construir. Para entonces es un poema que todavía no tiene existencia, pues aún no se compone de la materia de la que se conforman los poemas, pero siempre suelo estar confiado de que cuando encuentro “la frase” lo demás será sencillo. Con otros tipos de literatura no me pasa igual. Por ejemplo cuando escribo un relato o una entrada para el blog lo único que necesito es una idea abstracta. Gracias a la práctica de años, lo que hago es trabajar esa idea y darle forma, pero no hace falta creatividad (o no mucha); es más oficio. Con la poesía es necesario que la inspiración llegue; es fundamental que se tenga a las musas de lado de uno. Después, no sé muy bien cómo explicarlo, pero una frase lleva a la otra.

ayer te dejé

como desde hace años

No quiere decir que no haya trabajo en el asunto. Una vez que llega ese verso (a veces es incluso una estrofa completa) lo que sigue es jugar con la melodía, el ritmo, la cadencia y otros aspectos formales que permiten descubrir esos otros versos que ayudarán en conjunto a consolidar la poesía. Y entonces comienza otra vez la labor de artesano: leer, borrar, agregar, cambiar. Se buscan sinónimos, caminos alternativos, palabras que vigoricen las imágenes que queremos dibujar en la mente del lector. Por tanto, hay que atender a la cita Edith Wharton del comienzo; en la poesía –que es arte- nada puede ser trivial. Sólo así puede comenzar esa concatenación de ideas que poco a poco esculpe aquello que el espíritu te ha pedido transformar en palabras:

y esas manos diminutas

donde fluye el tiempo

La poesía es sentimiento y hay que dejarlo aflorar, pero también es filosofía, es conocimiento, es sabiduría… y ante todo es libertad. El poema debe permitir al autor desahogarse, hacer catarsis, expulsar sus demonios o aflorarlos. Cuando termina, con suerte, puede llegar a sentirse mejor. Y a veces, cuando realmente se ha culminado con éxito, alguien puede llegar, leer esa poesía y descubrir en ella esas pasiones que le desbordan, y que otro pudo cristalizar en palabras.

Agradezco al grupo de Escritura Creativa 2012/2013 del curso avanzado de guión: Aitor, Juan, Miguel Ángel, Amanda, Sara, Isabel, Adrián, Alan, Ana, Borja, Vanessa (y hasta a Sergio) por ser tan buen grupo. ¡Talento y trabajo!

 R.III

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Ayer te dejé con esa mirada

yer te dejé con esa mirada
con tu mano otra vez en mi abrigo
deteniéndome
con la pregunta
cuya respuesta conoces
por costumbre
¿qué día vuelves, papá?

ayer te dejé
como desde hace años
bajo esa mirada nueva
de semanas
quizá meses
y hoy
sin atinar a saber lo que te ocurre
porque tú tampoco lo sabes
careces de palabras precisas
los niños sienten cosas que
todavía no saben nombrar
y la expresión es el sumo conocimiento

tu mirada me habla
yo la rehúyo
pues me tengo que marchar
y mientras me quito el peso
de tu mano
algo de mí se pierde
en tu sentir

quiero ser parte de tu vida
lo soy
pero sólo de tu vida
no de tu alrededor
tú no estás solo
para tu fortuna
para la mía que es la tuya
para mi desgracia también

¿qué influencia tendré en ti
si no soy quien te lleva agua
cuando tienes fiebre?
¿cómo hablarte de la bondad
de las letras
de la vida?
con un puñado de horas
con la media vida que suponen
esos “fines de semana alternos”

vivo una mentira que me creo a medias
“la calidad vencerá al tiempo”
aunque el tiempo es el lugar
que se esfuma
a través de tus manos crecientes
en tu percepción del mundo
en la realidad
que te das cuenta
no puedes cambiar
de una consciencia dolorosa
que te divide en dos

ayer te dejé otra vez
y esas manos diminutas
donde fluye el tiempo
manos que me sujetan
para atrapar mi pupila con esa mirada tuya
para apresar mis labios
con esa pregunta tuya
con tu enigma
que hoy me hace llorar

R.III


Cerrado por doctorado

En mi última entrada ya anticipaba este momento. Dejaré de escribir por unos meses en este espacio, pero espero volver pronto una vez que termine con ese tormentoso placer al que los expertos llaman tesis doctoral. Por el momento, estimado lector, si ha caído por azar en Cuando el hoy comienza a ser ayer, pasee por aquellas entradas que no han perdido vigencia.

 

Para empezar utilice este blog para escapar de la rutina. Por ejemplo, imagine que los papeles cambiaran un día y los Reyes Magos en lugar de traer regalos decidieran venir a quitárselos a los niños. Pues eso es lo que pasa en Ostracismo de los reyes magos. O échele un vistazo a algunas de las Reflexiones sobre feminismo, sobre la amistad o sobre la muerte.

También puede adentrarse en unos breves consejos sobre oratoria. Doce axiomas para disfrutar más de los diálogos, debates e incluso las charlas de sobremesa: Oratoria para Ramón (cuatro) .

Probablemente el mejor ejemplo de cómo la música, acompañada de las escrituras me han salvado muchas veces de variados desordenes mentales: La música ilumina tu mundo

 Quien haya vivido fuera de su lugar de nacimiento sabrá el significado de la palabra nostalgia. Lo mismo nos pasa a los que hemos perdido a algún ser querido. Es cuando descubrimos que existen Distancias infranqueables

  La vida es como la rueda de la fortuna dice Blood, sweat and tears, a veces se está arriba y a veces se está abajo. De eso se compone nuestra existencia, de Contrastes entre la felicidad y la tristeza.

 ¿Qué tal si el acento de una población fuera producto de un virus? Quizá eso pueda explicar el Día que perdí mi acento

 

Finalmente no deje de descargarse el libro de relatos: Un gran salto para Gorsky o simplemente déjese llevar y con suerte encontrará algo que le haga reflexionar, reír o llorar. No habría nada en este mundo que me hiciera sentir más satisfecho. Ah y si algo le ha gustado o disgustado, por favor, hágalo saber; sus comentarios son la parte más significativa de este espacio.

Hasta pronto,

R.III


Carlos Candiani y los inhóspitos caminos del ser

 

Uno de los aspectos que más me gusta de escribir es que, paulatinamente, he ido agregando a mi lista de amistades, personas que están en sintonía con mis gustos y objetivos. Gente que no sólo lee y disfruta de la buena literatura, sino que también está relacionada con el mundo de las letras o del arte. Algunos de ellos ya escritores consolidados,  otros, al igual que yo, buscando el camino que tal vez nos lleve a un estilo propio; intentando alcanzar eso que Goytisolo supo sintetizar en la siguiente frase: “la misión de un escritor es devolver la lengua en un estado distinto al que tenía al momento de recibirla”*.

 

¡Qué buenas conversaciones he tenido gracias a ellos! Veladas inigualables, enriquecidas por la belleza lingüística. Encuentros cercanos que en mi recuerdo han dejado un sabor a vino tinto. También discusiones acaloradas despedazando la literatura danbrownesca (y similares) o rindiendo pleitesía y ditirambos a esos grandes que no me atrevería a enumerar en este artículo. Poesía, música,  política (por qué no), anécdotas, remembranzas y risa. La risa desaforada de sentirnos en nuestra salsa, de tomarnos lo serio a broma o de inmortalizar lo banal. 

 Pero otro placer más soterrado, pero no por eso menos importante, es el que encuentro cuando compartimos  nuestros textos. Trabajar una idea, darle forma, corregir y ser corregido; encontrar el punto donde el saber se hace productivo.  Nada de talleres, todo con las reglas inexplicables de la libertad. Entre la hilaridad y el desvarío se trabajan y construyen proyectos que esperamos alcancen buen fin… a saber.

 Tener un texto de primera mano es una responsabilidad y un privilegio. No sabemos qué va a ser de esas líneas, de esos versos. Uno descubre talento y espera que otros pronto lo hagan, pero ese es el camino incierto de todo escritor. Anónimos nacimos y anónimos andamos, el tiempo dirá, que no la vida, qué tan anónimos moriremos. Pero mientras sigamos disfrutando de tan agradables encuentros, qué más da.

Hoy hago tributo a Carlos Candiani, amigo, escritor y poeta (sí, soy tan vanidoso que el primer apelativo que empleo es el de “amigo” ¿qué pasa?).  He tenido la suerte de que el azar nos uniera por la mistad de nuestros hermanos. Vientos fortuitos lo han traído de nuestro México natal a Madrid. Con él me he sentado a conversar de literatura y también a trabajar. He leído su poesía, sus relatos y casi lo convenzo de que me adelante parte de esa novela en la que trabaja, pero nada más no lo he conseguido. Prudente y sabio es Candiani. Prudente porque no es fácil que te enseñe sus textos hasta que no los considere perfectos y sabio porque en cada línea de sus versos se respira experiencia de vida.

Toda palabra que suelte ahora es menor comparada con estas de Cadiani que les muestro a continuación en formato de vídeo. El primero se llama Vacío y fue realizado por el cineasta mexicano Héctor Macín en 2010 para la presentación del poemario en audio «Nubes que son hojas» en la Casa de Cultura de Tamaulipas en la Ciudad de México y musicalizado por Edgar Aguillón. El segundo  se titula Ser Humano con música del cantautor mexicano Samuel Barrios, con imágenes tomadas de la página de fotografía de National Geographic. Ambos poemas pertenecen al poemario  «Nubes que son hojas» de Carlos Candiani y son recitados por el maestro Luis Olvera.

R.III

Vacío de Carlos Candiani

 

Ser humano de Carlos Candiani

*  No estoy seguro de que la frase sea textual.


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