“I don’t care what you think
unless it is about me”
Drain you, Nirvana
Probablemente después del “negro” de Metallica, el disco que más influyó mi juventud fue el Nevermind de Nirvana. Si no he escuchado ese disco mil veces, no lo he escuchado ni una sola. ¡Qué fuerza tiene! Con él crecí musicalmente y me independicé de los grupos de mi padre (que, por cierto, también me encantan: The Doors, Canned Heat, The Cream, Led Zepellin, etc.). Cuando lo ponía en mi habitación todo saltaban por los aires. Un chavito de unos trece años brincando y moviendo su cabeza (sin melena) al son de canciones irreverentes, que afortunadamente ya entendía en ese entonces. La portada del álbum —que todo aquel que sepa de lo que estoy hablando, la visualizará perfectamente en su cabeza— acude a mí de vez en cuando. El primer verano después de que nació mi hijo, por ejemplo, pensé en lanzarlo a la piscina para ver si nadaba igual que el bebé de la portada (su madre obviamente lo impidió). Pero en todo caso, la sola mención de la banda Nirvana me lleva a esa imagen poderosa, original y me recuerdan ese primer idilio serio que tuve con la música.
Es un disco que con cada canción te permite un enamoramiento irrevocable y, en consecuencia, las infidelidades afloran con igual constancia. ¿Quién no ha escuchado Smell Like Teen Spirit una y otra vez, como si no hubiera más canciones en el álbum, para que unos días después quedara aparcada en un aparente olvido y comenzar a regodearse con Polly o con Come as You Are? El disco es tan potente que no hay canción a cuál irle. Drain You (¡ah! tal vez mi preferida), Lithium, Stay away (cuando más objetos volaban por la habitación), On a Plain, Lounge Act, Something in the Way e incluso In Bloom.
Esta mañana mientras intentaba trabajar en el doctorado sonó en la radio Smell like teen spirit y mencionaron que el Nervermind había salido a la luz en 1991 —y pocos años después, un 5 de abril de 1994, Kurt Cobain se quitaba la vida (o eso se dice), terminando de un plomazo con la historia de Nirvana—. Hice rápidamente la cuenta mental y me sorprendió descubrir que ya habían pasado más 20 años desde que se editó el disco. ¡20 años! (claro, lo pensé con los signos de admiración y todo). Así que decidí ir a desempolvar mis Cds y puse este disco de principio a fin. Me estremeció como antaño. Llevaba años sin escucharlo, y fuera de la portada que viene a mi mente de vez en cuando, lo tenía ahí en mi cajón del olvido. Y aún así, me pareció como si no me hubiera abandonado nunca. Ahora, a la distancia, viendo que envejezco junto a ese disco, comprendo que esta fuerza de la que he estado hablando no es injustificada. Este álbum ha pasado a la posteridad y algunos de los lectores de este pequeño tributo estarán asintiendo al leer estas líneas. La sensación y el recuerdo han sido estimulantes. Tal vez sea una de esas señales que nos ayuda a identificar a un clásico de la música… quizá es sólo melancolía.
R.III
Este artículo aparece en la Revista cultural Tarántula