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México 2016: algunas anécdotas

(Parte 2)

Tengo mucha familia en México (en especial por parte de madre) y una cantidad no menor de amigos. Sin embargo, cuando voy en el avión de Madrid a Ciudad de México termino pensando en los distintos platos que quiero comer, más que en la organización de las visitas que debo hacer para poder verlos a todos. Es decir, voy haciendo un itinerario sobre lo que voy a desayunar tal día, comer tal otro y cenar el siguiente. Así voy todo el vuelo poniendo orden a cada una de las tres comidas (si no es que cuatro) que haré por cada día de mi estancia. Me interesan mis amigos y familiares, pero creo que cualquier mexicano comprenderá el lugar que ocupa la comida en nuestra cosmovisión.

En el viaje que hice esta ocasión me lancé, como primera hazaña culinaria, sobre unas gorditas de chicarrón prensado. Gorditas típicas de mercado, bien bañaditas en aceite; capaces de pasar la prueba del papel estraza (si el papel donde viene envuelto el alimento queda transparente, seguro que está bueno). También me deleité con los tamales de mi abuela, tacos al pastor, tacos de arrachera, chilaquiles, pozole, huevos divorciados (y rancheros, y a la mexicana, y revueltos con frijolitos), cochinita pibil (auténtica de Yucatán), gorditas de harina, asado norteño, cazuelitas hechas por mi abuela (bolas de masa de maíz guisadas en sopa de frijoles), carnitas, guajolotas, camarones a la diabla y más platos que ya se han escapado a mi memoria. Lo extraño es que nadie me crea ahora que antes de llegar a México tenía un abdomen plano y marcado.

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Preparación de Tamales Oaxaqueños

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Me gusta mucho México, pero lo mejor que tiene este país es su gente. Por desgracia siempre hay quien ensombrece este aspecto positivo de la nación. Mi paso por Tulum fue muy placentero, pero tuvo su toque de amargura debido a uno de estas innobles personas que, además de faltar a la ética, desprestigian más (si cabe) la imagen que se tiene de este país. En la gasolinera del kilómetro 307 de la carretera principal de Tulum tuve la desgracia de perder 450 pesos gracias a una vil estratagema de uno de los trabajadores que surten la gasolina.

El coche que alquilamos era un Volkswagen que usaba diésel, no gasolina. Aunque suelen consumir menos este tipo de vehículos, me sorprendió que pese a llevar unos 250 kilómetros de camino (incluso más)  el indicador electrónico del tanque siguiera mostrando todas las rayitas como si éste estuviera lleno. Pensé que cabría la posibilidad de que el medidor no funcionara correctamente, lo cual nos podía poner en un predicamento. Imaginemos que en realidad el tanque estuviera a punto de quedarse vacío y, por no darnos cuenta, nos quedásemos tirados en la mitad de cualquier carretera. Así que para salir de dudas decidí entrar a la susodicha gasolinera para llenarlo. En caso de repostar poca gasolina sabría que el indicador funcionaba bien, en caso contrario tendría que suponer que estaba roto.

Toda mi atención estaba puesta en la máquina surtidora que cuando terminó de llenar el tanque indicaba 180 pesos. Rápidamente me puse a hacer cuentas mentales para sopesar si eso era mucho o poco. Como el lector ya se imaginará, al haber estudiado letras y no ciencias, las conversiones entre pesos, euros y litros no se me dan especialmente bien; así que mi atención hacia el exterior estaba un tanto mermada. El caso es que saqué lo que pensé era un billete de 500 pesos y se lo extendí al empleado. Este lo recibió y me señaló la bomba con la misma mano con que recibió el dinero diciendo que había puesto 180$. Esta información ya la sabía, aunque instintivamente volví la mirada hacia la máquina surtidora. Cuando giré la vista al empleado/mago éste ya tenía en la mano un billete de 50$ y con risa incluida me dijo: “le falta dinero”. Yo que estaba a la par haciendo mis cábalas con los números pensé que podía haberme confundido, aunque en mi cartera ya no estaba ese billete. Eso me extrañó mucho, pero insisto en que por estar distraído, pensé que podía haberme imaginado que tenía esa cantidad de dinero en la cartera, cuando en realidad tenía menos. Así que completé la suma que me faltaba y volvimos al hotel, mientras yo ya me iba reprochando por el posible timo.

Al hacer cuentas de lo gastado hasta el momento (que pese a lo dicho de ser de letras llevaba unas cuentas muy precisas) nos dimos cuenta de que justo nos faltaban unos 500$.  Aunque me dio mucho coraje, e incluso sopesamos la idea de volver a hablar con el tipo ese, decidimos no hacernos mala sangre y tratar de disfrutar el resto del viaje. Así que como decía Horacio: Nihil est ab omni parte beatum [no todo es perfecto]

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Mis cuentas (Nótesen los 500$ con la palabra «tongo»).

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Desde casi el comienzo de la salida de Cancún rumbo a Tulum se anunciaba un restaurante llamado Oscar y Lalo. Cada diez kilómetros, más o menos, aparecía el cartel indicando la proximidad del lugar: 130 km, 120, 100… Por otro lado, mi mujer suele centrar mucho su atención en la búsqueda “del lugar perfecto” para cenar. Como es habitual hace sus listas en función de los comentarios de otros usuarios de las páginas web que consulta. Me enumeró varias sugerencias entre ellas las del Óscar y Lalo. Yo me había dado cuenta que nuestro hotel quedaba unos cinco kilómetros después de la este restaurante. Preguntamos en el hotel para salir de dudas que no era un puticlub y nos lo recomendaron ampliamente. Fue una de las mejores cenas que tuvimos en todas nuestras vacaciones. Un lugar precioso, una atención impecable y una cocina estupenda.

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En México todavía es muy común ver perros sin hogar vagabundeando por la calle. Muchos de ellos tienen sarna, heridas y desnutrición. Desde que tenemos a Oli, una perrita que adoptamos en un albergue, nos hemos sensibilizado mucho con la protección de estos animales (y de cualquier otro). No obstante, no podíamos ir recogiendo a todos los perritos que veíamos; de hecho no podíamos quedarnos con uno solo.

Ahora sé que si uno quiere puede crear un círculo de protección para ellos. No soy una persona supersticiosa, pero cuando me lo contaron pensé que no me costaba nada intentar proyectar mi energía positiva o buenos pensamientos con ese afán protector. La cosa es un tanto compleja de explicar, pues tiene que ver con los elementos (aire, fuego, corazón), pero desde que lo escuché decidí que cada vez que vea un perro en la calle pensaré en ese círculo de protección, esperando que sea efectivo. Con suerte aquellos hermanos inferiores a los que haga presa de este hechizo no sufrirán daño alguno.

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Antes de Homún se encuentra un pueblo también famoso por sus cenotes llamado Cuzamá. Kilómetros antes de la llegada a estas localidades en cada tope (reductor de velocidad) hay jóvenes y señores intentando parar a los conductores para ofrecerles una excursión por los cenotes. Tienen todo muy bien preparado: un cuaderno con imágenes, una explicación sugerente y hasta un vehículo para llevar a cabo el paseo (una moto que tiene una caja con asientos y ruedas a manera de carrito). Nosotros decidimos no parar hasta llegar a Homún como recomendaba la página web donde nos enteramos de estos cenotes. A la entrada había apelotonados un buen número de jovenzuelos dispuestos a ofrecerte estas visitas. Pactamos el precio (250$) con el primero que se nos acercó, estacionamos el coche y nos montamos en el carrito.

Cruzamos el pueblo a una velocidad moderada debido a los múltiples topes. Hacia el final del poblado, Miguel, como se llamaba nuestro guía, paró frente a una tienda y dijo que si queríamos comprar agua u otra bebida ese era el momento. Así hicimos y continuamos por una carretera a paso veloz hasta un desvío de terracería. En cuanto abordamos este estrecho camino, el carrito comenzó a dar tantos tumbos que Ana pidió que fuera más despacio. Poco a poco nos fuimos adentrando en un paisaje selvático y solitario. Para nuestra tranquilidad nos encontrábamos con otros carritos que traían gente de vuelta, con traje de baño o incluso la ropa mojada; todo parecía indicar que no nos iban a descuartizar, sino que efectivamente llegaríamos en algún momento a los cenotes.

El primero que visitamos es el que más me impactó; era el más alejado de todos y además de llevar poco tiempo abierto (tan sólo seis meses). Había que bajar por una escalinata de hierro que estaba a los pies de un agujero en el suelo, del que provenían las raíces de un gran árbol. Por lo que nos contó, Miguel, así es como se descubren los cenotes. Esos árboles suelen estar en lugares donde abunda el agua, por eso sus raíces se extienden inmensas hacia las profundidades. Una vez abajo, el cenote contaba con partes de hasta veinte metros de profundidad a las que uno se podía tirar sin temor a chocar con el suelo (incluso había una cuerda para lanzarse de más altura): incluso en las partes menos profundas era difícil hacer pie. El agua, a diferencia del mar, es fresca y se agradecía mucho dado el calor que hacía en el exterior.

Visitamos otros tres cenotes más y en todas las ocasiones nuestro guía nos recomendaba dejar las cosas en el carrito. Dijo que era seguro, pero yo que tenía la cartera, las llaves del coche, etc., prefería llevar mis pantalones cortos a todo lado conmigo, pese que eso implicaba poder disfrutar menos de los chapuzones, pues al igual tenía que dejarlos abajo en los cenotes mientras me metía a nadar. Cuando volvíamos por el pedroso camino ya veníamos en traje de baño, como aquellos otros turistas. Yo todavía con mis pantalones cortos sobre mi lecho. Veníamos hablando con Miguel y eso me distrajo por unos segundos. En un momento me sentí muy ligero y me di cuenta de que mis pantalones habían desaparecido. Le pedí que parara y regresé a trote buscando el sitio donde se me habían caído. A unos cientos de metros los encontré. De haber hecho caso a Miguel y hubiese dejado los pantalones dentro de la mochila que iba bien colocada en el carrito, no hubiera tenido que perder tiempo buscándolos en ese camino pedregoso, bajo un sol inclemente.

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De camino a Chiquilá se soltó un aguacero impresionante. Había momento en los que no se veía a más de cien metros en la autopista. Para nuestra fortuna el aguacero disminuyó al poco de salir de la autopista y nos incorporamos en la carretera que estaba en proceso de reparación. Los coches que por ahí circulamos parecíamos borrachos, porque para evitar meternos en la variedad (en tamaños y profundidad) de agujeros que por ahí había, invadíamos los carriles en sentido contrario.

Cuando llegamos a Chiquillá brillaba el sol y me pareció que había pocos charcos para la cantidad de lluvia que había caído. Eso me hizo sospechar lo que después de dos horas, ya instalados en el hotel de Holbox, hizo acto de aparición. Una tromba de agua que duró toda la tarde y la noche. En la mañana ya era sólo una llovizna, pero cayó suficiente agua para semi inundar el pequeño poblado. También descubrimos que Chaac (dios de la lluvia Maya) no quería que nadáramos con los tiburones ballena y cuando un dios impone sus deseos es mejor obedecerlo.

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En Holbox casi no hay coches y es que no hay calles asfaltadas. Todas las calles son de arena, la misma que la de las playas. Lo que se les ocurrió a los habitantes de esta isla es usar carritos de golf para ir de un lado a otro. Los taxis, también, son todos carritos de golf. El problema de estas calles es que cuando Chaac manda tormentas como la que vivimos, se inunda todo pues no hay drenaje. Tanta agua había que incluso prohibieron el alquiler de estos vehículos a los turistas, pues se corría el riesgo de quedar atascados en una de los inmensos charcos.

Tuvimos que recorrer la isla a pie. Y aunque parece pequeña, lo cierto es que a pie no se puede conocer por completo. Además los charcos tampoco son fáciles de cruzar. En algunas de las zonas más alejadas del pueblo, la vida salvaje ya se deja sentir a cada paso. Hay calles en medio de la selva y de ahí salen cientos de miles de pequeños cangrejos. También pudimos ver iguanas, aves, grillos de más de quince centímetros de tamaño (capaces de volar de la península a la isla, apoyándose en el desarrollo evolutivo de sus alas y gracias a sacarle provecho al viento). Yo tenía claro, por tanto, que no iba a meter mis pies en esos charcos. Así que aunque no pudimos llegar a una de las orillas de la isla, por lo menos rodeamos cuanto pudimos, disfrutando de las vistas, la arena blanca y la soledad.

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De camino a uno de los extremos de la isla

 

Es un pueblo precioso, pero cuando llueve…

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Cual si fuera Venecia, las calles de Holbox estaban inundadas y los taxis no querían acercarse a ciertas zonas. Tuvimos que ir caminando hasta el puerto, tratando de esquivar lo mejor posible las pequeñas lagunas que se habían formado en las calles. Además, la tormenta ocasionó una pequeña avería en uno de los barcos que cruzan a los turistas de Holbox a Chiquilá y viceversa, por lo que en lugar de salir cada media hora, los barcos salían cada hora. Para nuestra mala suerte, cuando llegamos acababa de partir uno de ellos.

En el puerto nos esperaban unos amigos de Monterrey que conocimos en el hotel donde nos hospedamos. Dijeron que si queríamos podíamos alquilar entre todos un barquito para llegar a Chiquilá (se trata de los mismos que hacen las excursiones; pues ya ese día estaban abiertos los puertos).

Saltando sobre las olas, fuimos sorteando un mar un tanto movido. Llegamos empapados, pero llegamos. A cada salto del barquito se nos detenía a todos un poco el corazón, aunque intentábamos disimularlo contando anécdotas graciosas. Esta experiencia me confirmó la teoría de que aquellos momentos que más miedo dan o esos disgustos que se viven en los viajes, terminan siendo parte de las mejores anécdotas. Los recuerdos más importantes, incluso aquellos de los que nos podemos reír ahora que ya estamos a salvo en casa, suelen componerse de este tipo de aventuras y no de los momentos apacibles. En conclusión, viajar es lo mejor del mundo.

R.III

 

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Si te ha gustado esta entrada no dejes de visitar el Viaje por Tailandia o algunas anécdotas de este país del Sureste Asiático.

 

También puedes visitar: La belleza a veces

 

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©R.III


Viaje a México 2016: el Caribe

(Parte 1)

 

Hay gente que destina gran parte de su capital en tener un coche deportivo, una gran televisión de plasma, ropa de marca… En mi caso siempre he pensado que el dinero mejor invertido es el que se gasta en viajar. Muchos de los sitios a los que ido me han marcado y aunque el país que visité este verano ya se ha convertido en un destino recurrente, no por ello deja de ser uno de los lugares que más honda huella me han dejado. No es para menos, después de casi cuatro años, he podido volver a mi tierra querida: México. Todavía siento esa mezcla entre felicidad y melancolía que se va potenciando conforme escribo estas líneas. Además, siento que esta ocasión el viaje ha tenido un componente extraño; después de vivir quince años en Madrid puedo decir que me he convertido en un turista en el país donde nací.

El viaje comenzó en Toronto donde, mi mujer y yo, tuvimos que hacer escala por unas ocho horas. Esto nos permitió conocer el sky train, es decir, el metro que nos llevó del aeropuerto a la ciudad, además de poder dar un breve paseo por el centro y hacernos una pequeña idea de los monumentos y lugares de mayor interés de la ciudad. No pudimos subir a la CN Tower (Canadian National Tower) porque había una cola como de mil personas y nos dio mucha pereza invertir lo que calculamos más de una hora de espera para poder pasar. En cualquier caso vimos su magnitud y pudimos comprender por qué es uno de los mayores atractivos de Toronto. Caminamos por las inmediaciones del puerto y otras calles aledañas al centro. Hacía muchísimo calor (húmedo) así que nos refugiamos en un restaurante llamado Amsterdam BrewHouse donde disfrutamos de las hermosas vistas al puerto, mientras degustamos unos ricos platos. Lo más reseñable fue la ración de crujientes crab cakes (pasteles de cangrejo) que nunca había probado y me encantaron. Después de esta breve visita por la ciudad canadiense continuamos con nuestro viaje rumbo a la Ciudad de México.

CN Tower

La colosal capital mexicana nos recibió a las 12,00 de la noche. Ahí nos esperaban mis tíos y primos. La única ventaja de llegar a esa desacompasada hora fue que no había tráfico y pudimos llegar a casa de mi abuela en tan sólo veinte minutos; un trayecto que con tráfico puede llevar una hora o más. En esta entrara sólo narraré los puntos más relevantes del viaje que hicimos por el Caribe Mexicano. Ya habrá tiempo más adelante para completar esta bitácora de viaje con anécdotas curiosas y  las experiencias con la familia y amigos.

Llegamos a Cancún en donde teníamos que recoger un coche que alquilamos previamente por internet. El local de alquiler no estaba en el mismo aeropuerto, pero nos dijeron que ahí nos esperaría un agente. Hay que reconocer que la infraestructura del turismo mexicano está por encima de la de muchos países. ¡Qué organizado lo tienen todo! ¡Cuántas facilidades para los millones de turistas que se acercan cada año por esta zona del país! No es de extrañar que al salir de la terminal no nos costara ni un minuto encontrar a la persona que nos esperaba y que éste solicitara un pequeño microbús para llevarnos a la agencia de alquileres.

Aunque el servicio fue muy atento, no todo salió perfecto. El primer coche que nos dieron, que por cierto tenía muy buena pinta (un Volkswagen Gol Sedán), no tardó mucho en mostrar sus desperfectos; una nimiedad como se podrá ver: a punto estaba de salir a carretera cuando casi me quedo con la palanca de velocidades en la mano. Malamente la recoloqué y volvimos, por eso de que soy muy quisquilloso con lo que alquilo, para que nos dieran otro. El cambio no se hizo esperar y salimos con otro coche, aunque para nuestra fortuna el mismo modelo y hasta color. Es cierto que este estaba un poco más golpeado y que carecía de la matrícula de enfrente; pero la palanca de velocidades parecía funcionar bien, así que salimos satisfechos. Además nos aseguraron que lo de la matrícula no sería ningún problema (y la verdad que no lo fue).

En esta zona de Quintana Roo no se complicaron para nada las carreteras. La principal es una inmensa recta que hasta el conductor más novel podría sobrellevar sin problemas. Bueno no podemos olvidar que se trata de México y los retornos que parten del carril de alta velocidad (el izquierdo) no dejan de contar con su grado de intrepidez. En cualquier caso llegamos con facilidad y prontitud a nuestro primer destino que estaba a unos 130 kilómetros de Cancún: Tulum. Lo dicho arriba, esta zona la tienen muy bien cuidada para comodidad de los turistas y todas las salidas están bien indicadas. Gracia a esto, aunque nuestro hotel estaba un poco apartado de la ciudad, pudimos llegar a él sin perdernos demasiado.

El Blue Sky Tulum es un precioso hotel con tan sólo nueve habitaciones. Ya desde la nuestra pudimos disfrutar de las maravillosas vistas. Cuenta con una pequeña piscina que estaba a escasos tres metros de la puerta de nuestra terraza; casi parecía nuestra piscina privada. Un espacio refrescante muy a juego con lo que a pocos metros de distancia se imponía con su magnitud: el mar, el mar, el mar. Y a manera más de adorno que por utilidad, había una especie de muelle o embarcadero de madera que rescataré de mi memoria cada vez que la cotidianidad se quiera apoderar de mi ánimo.

Nuestro hotel

Es cierto que debido a las piedras de esta playa y la poca profundidad del mar (aspecto general en esta zona del Caribe mexicano) era difícil poder meterse; ya no digamos darse un chapuzón. Sin embargo, estábamos muy cerca en coche de la zona de playas de Tulum que son una delicia: arena blanca y suave, agua cristalina de color azul verdoso y un mar apacible.

Aunque no lo recomendaría, una de nuestras excursiones fue un paseo en barco para poder ver las tortugas y los arrecifes de la zona. La experiencia con las tortugas fue muy buena; las tuve a tan sólo centímetros de distancia, muy al alcance de mi mano, aunque respeté la indicación de no tocarlas. No obstante, los arrecifes no tienen ya casi color o variedad de peces. No querría echar la culpa a la dignísima explotación hotelera del lugar, ni al sano turismo que visita estos lugares y que con mucha probabilidad goza de una admirable mentalidad medio ambiental. Alguna otra loable razón habrá de que los supuestos mejores arrecifes de coral ,después de Australia, luzcan tan grises.

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La casa del Chamán en Tulum tomada desde el barquito

También muy cerca de estas playas se encuentra el centro arqueológico de Tulum. Yo lo visité cuando era un niño y todavía mantenía en mi recuerdo la increíble cantidad de iguanas que había por doquier. Aunque su número se ha visto reducido de forma dramática (por razones que tampoco deberíamos achacar al número excesivo de turistas), me alegré de poder ver todavía algunos de estos reptiles que posan impasibles frente a los miles de individuos que visitan esta antigua ciudad prehispánica.

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Parque arqueológico de Tulum

Pasamos tres noches en Tulum y casi podría asegurar que una de las mejores experiencias de todo el viaje fue la de nadar en el Cenote Manatí o Casa Cenote, a tan sólo cincuenta metros de nuestro hotel. Aguas cristalinas color verde esmeralda, un trayecto de unos 800 metros y mucha vida marina (se supone que se han encontrado incluso manatís, de ahí su nombre). Es un cenote perfecto para snorkel e incluso hacer unas primeras inmersiones de buceo. Cuenta con algunas zonas de hasta seis metros de profundidad. Llegamos relativamente temprano y conforme nos fuimos adentrando pudimos disfrutar de esta maravilla prácticamente solos. Ha sido una gran experiencia.

Cenote

Cenote Manatí (imagen obtenida de la web Game of Drone)

Después de Tulum nos dirigimos a Mérida sin dejar de pasar antes por Chichén Itzá. La verdad es que una de las ventajas de llevar coche es que las excursiones reducen su coste de forma considerable. Lo que podría habernos costado 100 euros por persona, nos salió en unos 50 por los dos, con guía incluido. Recomiendo visitar este centro arqueológico acompañado de guía, porque no es lo mismo dar vueltas sin orden ni concierto entre las ruinas, a que un experimentado lugareño te vaya contando sobre la historia que esconden estos monumentos. No es caro hacerse con uno. Nosotros esperamos a juntar un grupo de seis personas y nos salió a 100 pesos (5 euros) por cabeza. Como valor agregado, nuestro guía nos recomendó parar en Pisté y comer en el buffet Sac-Beh. ¡Todo lo que pudieras comer por 100 pesos! ¡La mejor cochinita pibil que he comido nunca! Con tortillas recién hechas y hasta con un pequeño espectáculo de danza regional. Sólo de recordarlo salivo, con perdón del lector.

Parque arqueológico de Chichén Itzá

Mérida sin lugar a dudas ha sido uno de los lugares que más me gustó de este viaje. Una ciudad colonial fundada en 1542 por los Francisco de Montejo (padre e hijo). Cuenta con una oferta cultural vastísima. Falta salir un día por la tarde-noche para encontrarse en cada plaza algún músico amenizando, juegos de luces en edificios clásicos, espectáculos, teatros ambulantes, exposiciones de escultura. La gente sale a poblar estas calles para darles vida. Los cafés y restaurantes se llenan. Mérida es sin duda una ciudad segura y cómoda para explorar. Imprescindible conocer el Palacio Presidencial donde se exponen los murales de Fernando Castro Pacheco: potente galería de retazos históricos de Mérida.

En los extremos la Catedral de Mérida. Arriba en medio un mural de Castro Pacheco y abajo en medio el Monumento a la Patria

Nos hospedamos en el Hotel Caribe que se encuentra a una manzana de la Catedral. Cabe mencionar que las fotos de su página web engañan un poco (el sitio está un poco más viejo de lo que aparenta y la piscina recuerda la compra de una hamburguesa en el Mc Donals; la imagen y la realidad no suelen concordar). Sin embargo, es un buen sitio para hospedarse por poco dinero, no deja de ser acogedor, el personal es muy amable y, por encima de todo, las camas eran realmente grandes y cómodas.

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Hotel Caribe

No sólo disfrutamos de la ciudad de Mérida, sino que pudimos explorar sus inmediaciones. Fuimos a ver los cenotes por la zona de Homún, pudiendo visitar en el mismo día hasta cuatro de estas curiosidades geológicas (ver la siguiente entrada para conocer más detalles). También pudimos ir a la playa más cercana que es la de Puerto Progreso. Una playa mucho más interesante de las que habíamos visitado, pues en esta había menos extranjeros y más turismo local (lo cual también favorecía que los precios de bebidas y alimentos fueran más bajos).

Algunos de los cenotes de Homún

Después de tres noches partimos en coche rumbo a Chiquilá que es el puerto dentro de la península más cercano a la isla de Holbox. De ahí se puede ir a la insula en uno de los barcos que salen cada media hora. Holbox tiene muchos atractivos, pero el más importante es la posibilidad de nadar con los tiburones ballena entre los meses de junio y agosto. Para nuestro infortunio, a dos horas de llegar a Holbox comenzó una intensa tormenta que cerró los puertos a embarcaciones pequeñas (las que hacen las excursiones) durante toda nuestra estancia, por lo que nos fue imposible llevar a cabo esta actividad.

Aún así, el tiempo mejoró un poco y pudimos disfrutar de los otros encantos del lugar. Playas inmensas de arena blanca y casi solitarias. No se ha consolidado -todavía- una infraestructura hotelera, así que los pequeños hoteles suelen ser muy acogedores. Cabe mencionar que son caros incluso para los europeos (en especial si se piensa en la calidad precio). Por ejemplo, la decoración; por muy bonito que fuera una ducha de concha univalva, eso de tener que quitarse la arena de la playa con un hilo finito de agua como que no. Creo que ha sido una buena experiencia, pero si llego a volver será sólo para poder nadar con tiburones ballena. No me considero profeta, pero algo me dice que no pasará mucho antes de que el encanto de Holbox se pierda dado el incremento del turismo.

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Nuestro hotel el Holbox

La vuelta a Cancún fue sencilla. Ya lo comenté, aquí los ingenieros de caminos no se complicaron mucho; todas las carreteras son rectas infinitas. Es cierto que en Cancún había mucho tráfico y que la ciudad me resultó más grande de lo que esperaba, pero si pude encontrar la estación de autobús de Izmir en Turquía, con los indescifrables carteles en turco, no iba a perderme en mi propio país (pese a ser un tanto extranjero ya). El coche estaba en perfectas condiciones y en menos de media hora ya nos dejaban en otra furgoneta en el aeropuerto. Se acabó parte del viaje, falta profundizar en algunas experiencias vividas y contar la parte familiar. Por ahora aquí lo dejo. La próxima entrada estará destinada a algunas anécdotas de este trayecto.

R.III

Playas paradisíacas y puesta de sol en Holbox

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Holbox después de una tormenta

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Carlos Candiani y los inhóspitos caminos del ser

 

Uno de los aspectos que más me gusta de escribir es que, paulatinamente, he ido agregando a mi lista de amistades, personas que están en sintonía con mis gustos y objetivos. Gente que no sólo lee y disfruta de la buena literatura, sino que también está relacionada con el mundo de las letras o del arte. Algunos de ellos ya escritores consolidados,  otros, al igual que yo, buscando el camino que tal vez nos lleve a un estilo propio; intentando alcanzar eso que Goytisolo supo sintetizar en la siguiente frase: “la misión de un escritor es devolver la lengua en un estado distinto al que tenía al momento de recibirla”*.

 

¡Qué buenas conversaciones he tenido gracias a ellos! Veladas inigualables, enriquecidas por la belleza lingüística. Encuentros cercanos que en mi recuerdo han dejado un sabor a vino tinto. También discusiones acaloradas despedazando la literatura danbrownesca (y similares) o rindiendo pleitesía y ditirambos a esos grandes que no me atrevería a enumerar en este artículo. Poesía, música,  política (por qué no), anécdotas, remembranzas y risa. La risa desaforada de sentirnos en nuestra salsa, de tomarnos lo serio a broma o de inmortalizar lo banal. 

 Pero otro placer más soterrado, pero no por eso menos importante, es el que encuentro cuando compartimos  nuestros textos. Trabajar una idea, darle forma, corregir y ser corregido; encontrar el punto donde el saber se hace productivo.  Nada de talleres, todo con las reglas inexplicables de la libertad. Entre la hilaridad y el desvarío se trabajan y construyen proyectos que esperamos alcancen buen fin… a saber.

 Tener un texto de primera mano es una responsabilidad y un privilegio. No sabemos qué va a ser de esas líneas, de esos versos. Uno descubre talento y espera que otros pronto lo hagan, pero ese es el camino incierto de todo escritor. Anónimos nacimos y anónimos andamos, el tiempo dirá, que no la vida, qué tan anónimos moriremos. Pero mientras sigamos disfrutando de tan agradables encuentros, qué más da.

Hoy hago tributo a Carlos Candiani, amigo, escritor y poeta (sí, soy tan vanidoso que el primer apelativo que empleo es el de “amigo” ¿qué pasa?).  He tenido la suerte de que el azar nos uniera por la mistad de nuestros hermanos. Vientos fortuitos lo han traído de nuestro México natal a Madrid. Con él me he sentado a conversar de literatura y también a trabajar. He leído su poesía, sus relatos y casi lo convenzo de que me adelante parte de esa novela en la que trabaja, pero nada más no lo he conseguido. Prudente y sabio es Candiani. Prudente porque no es fácil que te enseñe sus textos hasta que no los considere perfectos y sabio porque en cada línea de sus versos se respira experiencia de vida.

Toda palabra que suelte ahora es menor comparada con estas de Cadiani que les muestro a continuación en formato de vídeo. El primero se llama Vacío y fue realizado por el cineasta mexicano Héctor Macín en 2010 para la presentación del poemario en audio «Nubes que son hojas» en la Casa de Cultura de Tamaulipas en la Ciudad de México y musicalizado por Edgar Aguillón. El segundo  se titula Ser Humano con música del cantautor mexicano Samuel Barrios, con imágenes tomadas de la página de fotografía de National Geographic. Ambos poemas pertenecen al poemario  «Nubes que son hojas» de Carlos Candiani y son recitados por el maestro Luis Olvera.

R.III

Vacío de Carlos Candiani

 

Ser humano de Carlos Candiani

*  No estoy seguro de que la frase sea textual.


El sabor del español

Me hacen gracia los puristas del castellano. Con lo bonito que es la variedad. El otro día un amigo y compatriota mexicano me decía que competía en un debate lingüístico con un colega de Valladolid. La conversación no pudo ser menos que apasionante:

 

—¡Calentito! Te digo que se dice “calentito” —defendía el pucelano.

—¡Qué no! Que se dice “calientito” —se obstinaba el mexicano.

—¡Cómo va a ser calientito! Eso no existe en el español.

—Llevo diciéndolo toda mi vida. Sé perfectamente que sí existe. O bueno, por lo menos los mexicanos lo decimos así: “calientito”. Y hasta donde yo sé, también hablamos español.

En eso pasó una amiga colombiana y, claro, el mexicano sabiendo que la sangre de Latinoamérica inclinaría la balanza hacia su lado, no tardó en sacar ventaja de este fortuito encuentro:

—¡Qué bueno que pasas por aquí, bonita! —dijo el mexicano acercándose a la colombiana, posando su brazo sobre ella y mirando con ironía hacia el pucelano —Tú me vas a dar la razón. Dile aquí a nuestro amigo el españolete ¿Cómo es más correcto “calentito” o “caLIENtito”, mi reina?

—¿Pero tú qué dices, mi amor? —contestó la colombiana —Se dice “calentico”.

 

La Real Academia de la Lengua Española hace un gran esfuerzo por reunir y normalizar todos aquellos usos del español. Por eso acepta “lagaña” y “legaña”,  “menjurje” y “menjunje”, “profesionista” y “profesional”, “refrigerador” y  “nevera”, “saco” y “americana”, “manta” y “cobija”. Todavía hay un gran camino por recorrer, pero podemos tomarlo como nuestro referente de “corrección”. En todo caso olvidémonos de las correcciones y dejémonos seducir por los acentos y por aquellas expresiones extrañas, por los “mola”, “chido”, “curda”, “mina”, “celular”, “ordenador”, “trapear”, “cruda”, “guay”, “chamba”, “curro” y todos esos “palabros” que “nomas” son el «puritito» sabor de nuestros pueblos…

 

R.III

 

Corral de comedias de Almagro

 


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