Me hacen gracia los puristas del castellano. Con lo bonito que es la variedad. El otro día un amigo y compatriota mexicano me decía que competía en un debate lingüístico con un colega de Valladolid. La conversación no pudo ser menos que apasionante:
—¡Calentito! Te digo que se dice “calentito” —defendía el pucelano.
—¡Qué no! Que se dice “calientito” —se obstinaba el mexicano.
—¡Cómo va a ser calientito! Eso no existe en el español.
—Llevo diciéndolo toda mi vida. Sé perfectamente que sí existe. O bueno, por lo menos los mexicanos lo decimos así: “calientito”. Y hasta donde yo sé, también hablamos español.
En eso pasó una amiga colombiana y, claro, el mexicano sabiendo que la sangre de Latinoamérica inclinaría la balanza hacia su lado, no tardó en sacar ventaja de este fortuito encuentro:
—¡Qué bueno que pasas por aquí, bonita! —dijo el mexicano acercándose a la colombiana, posando su brazo sobre ella y mirando con ironía hacia el pucelano —Tú me vas a dar la razón. Dile aquí a nuestro amigo el españolete ¿Cómo es más correcto “calentito” o “caLIENtito”, mi reina?
—¿Pero tú qué dices, mi amor? —contestó la colombiana —Se dice “calentico”.
La Real Academia de la Lengua Española hace un gran esfuerzo por reunir y normalizar todos aquellos usos del español. Por eso acepta “lagaña” y “legaña”, “menjurje” y “menjunje”, “profesionista” y “profesional”, “refrigerador” y “nevera”, “saco” y “americana”, “manta” y “cobija”. Todavía hay un gran camino por recorrer, pero podemos tomarlo como nuestro referente de “corrección”. En todo caso olvidémonos de las correcciones y dejémonos seducir por los acentos y por aquellas expresiones extrañas, por los “mola”, “chido”, “curda”, “mina”, “celular”, “ordenador”, “trapear”, “cruda”, “guay”, “chamba”, “curro” y todos esos “palabros” que “nomas” son el «puritito» sabor de nuestros pueblos…
R.III
Corral de comedias de Almagro