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Un viaje personal

El día de hoy sale a la luz mi nuevo blog llamado Un viaje personal. No dejaré Cuando el hoy comienza a ser ayer, pero mi intención es que el otro sea el escenario donde vuelque todos los artículos que tengan que ver con divulgación filosófica, científica y literaria. Este espacio seguirá siendo un espacio personal donde iré volcando aquellas reflexiones del acontecer cotidiano; mi percepción sobre la actualidad o de mi entorno, e incluso algún texto catártico de los que ya estarán acostumbrados. Sé que habrá personas que encuentren mucha similitud entre este nuevo blog y el que están leyendo ahora mismo. Es imposible remediarlo ya que es la misma persona la que va a escribir ambos —Ramón Ortega (tres) o Ramón Ortega III o R.III—y en el fondo tampoco pretendo ocultarlo. Incluso los nombres de cada blog guardan una relación estrecha (más evidente para aquellas personas que me han seguido desde años atrás).

Es cierto que poco a poco Cuando el hoy comienza a ser ayer se ha hecho de su público. Por esta razón, no se me ha ocurrido mejor manera de presentar el blog Un viaje personal que a través de este medio. Agradecería que todos aquellos que han seguido este blog, que se animen a seguir también Un viaje personal. Me intención es que el nuevo blog sea mi carta de presentación para otros medios de mayor alcance y poder colaborar con ellos, ya sea a través del mismo blog o con colaboraciones directas. Para ello siempre viene bien contar con muchos lectores; así que si les gusta lo que leen, por favor compártanlo con sus amistades.

Espero sinceramente que Un viaje personal sea de su agrado.

                                                R.III

 

 

Un viaje personal

 

Prueba a entrar en la primera entrada del blog que explica qué son las falacias y cuáles son más comunes. Pincha en Falacias para entrar.

También puedes leer El reino de los sordos.


¿Qué es eso de las competencias de Bolonia?

Una excompañera y amiga de la universidad donde trabajaba me contó un día la siguiente anécdota. Uno de sus alumnos más vagos le entregó, para su sorpresa, el examen final de su clase contestado a la perfección; no sólo no tenía errores, sino que parecía calcado de los apuntes. Frente a este sospechoso incidente ella lo suspendió por haber copiado y lo mandó llamar a su despacho. El alumno muy consternado le juró que no había hecho trampa y que todo lo que estaba escrito en su examen había sido extraído de su cabecita. Ella queriendo descubrir la trampa lo retó a que contestara en ese momento la pregunta (la más significativa del examen) para salir de la duda. Él se concentró un poco, tomó aire y como si hubiera dado el “play” a una grabación, comenzó a recitar la respuesta. Lo hizo tan bien que entre la contestación oral y la escrita no había diferencias. “Pero ahora explícamelo con tus palabras”, le pidió mi amiga. A lo que él contestó: “no puedo, es que no entiendo nada, por eso lo he memorizado, porque no entiendo absolutamente nada”.

¿Qué hacer? ¿Suspenderlo?

Yo desde luego lo habría aprobado. El alumno ha jugado con las reglas del juego. El problema son esas reglas que configura el sistema educativo español y que permiten que un alumno sea calificado por su astucia nemotécnica y no por su saber. Cuando llegué a España me sorprendió el hecho de conocer a un 40% de mis compañeros de clase el día del examen final; hasta ese momento no habían tenido la necesidad de presentarse. Después de haber presenciado una serie de clases en las que mis profesores nos dictaban los apuntes de sus cuadernos, pude claramente entender la razón de esta desidia; en realidad no hacía falta asistir todos los días. Con hacerte con unos buenos apuntes y estudiando unas semanas antes del examen tenías el éxito asegurado.

Desde el famoso y revolucionario proceso de Bolonia, que pretende la construcción de un espacio europeo de educación superior (EEES), el concepto “competencia” está a la orden del día. Sin embargo, la introducción de esta acepción ampliamente utilizada en centros educativos, supone una renovación de la forma de educación que existía convencionalmente en España. Lo que es cierto es que no se ha terminado de entender lo que significa este concepto, ya que ha sido extraído de una acepción inglesa “competence” que poco tiene que ver con el significado de “oposición o rivalidad entre dos personas que aspiran a obtener la misma cosa” o “el de disputa” o el de “competición deportiva” que son parte del primer concepto al que apunta nuestro diccionario español. Existen otras acepciones dentro de nuestro idioma que podrían considerarse más adecuadas, como el de “pericia, aptitud, idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado”. En cualquier caso “competencia” es un término que ahora está en boca de todos, pero que todavía no llega a asimilarse y mucho menos a emplearse con éxito en esta nueva forma de entender la educación.

La idea es que el alumno no sólo adquiera una serie de conocimientos, sino que consiga unas aptitudes que le permitan enfrentarse a una situación concreta (profesional) mediante su aplicación. Volviendo al ejemplo del alumno. Este chico tenía el conocimiento; quizá, incluso, alguno de los conceptos que había retenido para aprobar el examen permanecerá más tiempo en su mente. Sin embargo, el estudiante no había adquirido ningún tipo de competencia, con lo que sería incapaz de obtener una aplicación de lo “aprendido”, a la hora de implementarla en una situación particular. ¿Esto quiere decir que las competencias no tienen nada que ver con la adquisición de conocimiento? ¿Que ahora la educación debe ser meramente práctica? De ninguna manera, las competencias se componen también de una serie de saberes, pero su evaluación no debe ser efectuada a través de un examen memorístico.

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Tampoco vale dar la vuelta a la tortilla y sólo formar a personas que sean capaces de realizar trabajos “útiles”, dejando de lado la profundidad de ciertas disciplinas. De hacerlo construiríamos sociedades tecnócratas donde sólo se persigue que los alumnos terminen su formación universitaria para dedicarse inmediatamente a una serie de oficios que reporten una “utilidad” a la sociedad y un (modesto) ingreso para ellos. En este sentido pierden su valor carreras teóricas como son la filosofía, la historia, la física, la biología, las bellas artes, etc., pues se considerarían poco “beneficiosas” dado que su aportación no es inmediata. La educación universitaria debe permitir al alumno, además de aprehender ciertas competencias, la adquisición de un pensamiento crítico. Sólo a través de éste se podrá seguir avanzando en el conocimiento y la aportación de las nuevas generaciones a la sociedad será óptima y no sólo “útil”. Fijará las bases de una construcción a largo alcance. Por tanto, esta nueva educación persigue la adquisición de competencias, pero éstas se deben desprender de una reflexión que el mismo estudiante debe hacer de los aspectos más teóricos de sus asignaturas. Por tanto, su evaluación debe ser constante a lo largo de sus estudios y no sólo con pruebas finales. Estas pruebas, por muy teóricas que sean las asignaturas, deben obligar al alumno a reflexionar e hilvanar los conocimientos adquiridos para plantear respuestas creativas. Un aspecto que la vida profesional también les demandará.

Estamos en un momento interesante para la educación en Europa. Depende de las personas que estamos dentro de la educación universitaria sentar una bases diferenciadoras a los malos hábitos educativos del pasado, y apoyar a las nuevas generaciones estudiantiles con una formación de calidad.

R.III


Walter Cannon y su nueva fisiología

En el mundo en el que vivimos estamos muy acostumbrados a ir al médico cada vez que nos encontramos mal. Cuando vamos al médico consideramos completamente normal que éste nos solicite algunas pruebas de sangre, orina, algún tejido, etc. Estas pruebas se realizan en un laboratorio, y tras la obtención de los resultados, éstos podrán ser interpretados por el doctor para comenzar un tratamiento. Los laboratorios forman parte fundamental y cotidiana de la atención sanitaria y están sumamente ligados a la formación de los profesionales de la salud. Toda universidad que ofrezca la carrera de química, farmacia, medicina, etc., cuenta con laboratorios de esta clase en la que los alumnos podrán en práctica aquellos conocimientos que no pueden ser aprendidos en las aulas, sino que deben ser experimentados de forma directa. Sin embargo, la existencia de estos recintos asociados a la salud es relativamente joven. No es hasta bien entrado el siglo XIX cuando comienza su diseño y ejecución en Europa, y América tendrá que esperar a finales del mencionado siglo para poder contar con el primero de ellos.

 

Si puede hablarse de un país al que tengamos que mirar cuando se habla de la implementación de este tipo de instituciones, tendríamos que acudir a Alemania. Ahí es donde se consolidan los primeros laboratorios de fisiología. Pero aunado a este periodo de creación y desarrollo de dichos recintos, también se tiene que hablar de una época en que el acercamiento a las teorías de la vida da un vuelco interesante. Es un siglo importantísimo para las ramas del conocimiento que se desprenden de dichas teorías. Basta pensar en que el término Biología aparece por primera vez en 1800 y que más tarde será popularizado por el naturalista Gottfried Reinhold Treviranus (1776-1837) y Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829). Por tanto es un siglo en el que se especula por el surgimiento de la vida; qué hace que la vida aparezca, pero todavía más importante, qué ayuda a la vida a mantenerse en funcionamiento.

La primera intuición que puede tenerse sobre la naturaleza es que existe una diferencia significativa entre los seres vivos y otros objetos. De esta suposición parten un grupo de científicos a los que se les llama vitalistas para justificar que la vida no puede asociarse a las mismas leyes mecánicas con las que se rigen los demás elementos del mundo físico (la materia inorgánica), o por lo menos, no por completo. Según esta idea, la esencia de los seres biológicos es una fuerza dinamizadora a la que llamaron “fuerza vital”. Al igual que la fuerza de la gravedad incide sobre todos los cuerpos de la materia común, ésta vital influye sobre los seres vivos para que funcionen. Por esta razón, a los filósofos de la naturaleza o Naturphilosophen (nombre con el que se les conocía) el estudio de los seres vivos, los mantiene fuera del alcance de otras disciplinas como la física y la química.

Pero a la par de estos especuladores de la vida, otros científicos como Adair Crawford (1748-1795) y Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794) fueron demostrando que los elementos que componen los organismos vivos no son tan distintos de los que conforman la materia inorgánica, a saber: carbono, hidrógeno, oxigeno y nitrógeno. Si es a través de la física y la química la forma en la que indagamos en el conocimiento de la materia inorgánica, y ahora que se conoce que la materia orgánica también se compone de los mismos elementos, ¿por qué no usar estas disciplinas en el conocimiento de los cuerpos vivos? Y eso fue lo que pasó, estos descubrimientos abrieron camino para que los experimentos, métodos y técnicas empleados en el estudio de los organismos vivos empezaran a apoyarse tanto en la física como en la química. Uno de los grupos científicos que mejor desarrolló esta nueva postura fueron los Fisiólogos Alemanes de mediados del siglo XIX, ya que en sus estudios utilizaban técnicas físico-químicas de investigación y su principal objetivo era descubrir el funcionamiento de las partículas que conforman los organismos, a fin de entender cómo se lleva a cabo la actividad general del cuerpo. Estos científicos pueden ser considerados los primeros materialistas-mecanicistas y se opusieron fuertemente a las teorías vitalistas, que consideraban que nada tenían de científicas.

 

Uno de los principales representantes de estos médicos fue Carl W. Ludwig. Este científico tuvo la misión de diseñar y poner en marcha el que sería el mayor laboratorio de fisiología de Alemania: El Instituto de fisiología de Leipzig. Hacia finales de siglo, todo aquel fisiólogo que realmente estuviera volcado a la investigación había pasado o por lo menos conocía de cerca los trabajos que se realizaban dentro de este laboratorio. Por decirlo en palabras simples, este recinto se convirtió en la imagen a imitar de lo que entendemos ahora por laboratorios médicos. Ludwig pertenece a una escuela que ejemplifica de forma contundente el paradigma materialista-mecanicista de investigación fisiológica. De hecho, se puede decir que su laboratorio y sus estudios son el epitome de esta nueva metodología de experimentación, que se alejaban completamente del vitalismo y de técnicas de investigación que fuesen especulativas y no se centraran en el estudio directo de los organismos. Los aparatos que utiliza en su laboratorio son fruto de su propia inventiva o de aquellos investigadores que colaboran con él. Su modelo de trabajo es flexible y abierto para que los estudiantes encuentren, por su propia mano, la pasión por la investigación fisiológica. Un entusiasmo que se consigue, cuando de forma experimental, se llega al descubrimiento de aquellas respuestas que dan explicación a los fenómenos que estudian.

En su laboratroio se formaron grandes figuras de la fisiología como fueron los rusos Ivan Michailovitch Sechenov (1829-1905) e Ivan Petrovitch Pavlov (1849-1936), mejor conocido por sus perros.  Pero uno de sus colaboradores trascendentales para el estudio de la fisiología en América fue Henry Pickering Bowditch (1840-1911). Él se forma en este ambiente que le dejará marcado y que importará a Estados Unidos cuando funda el laboratorio de Fisiología en la Escuela de Medicina de Harvard.

 

Algunos de los aparatos que forman parte del equipo técnico de este laboratorio fisiológico de Harvard es traído por Bowditch desde Alemania, pero otros, al igual que pasaba en Leipzig, son diseñados, perfeccionados y/o construidos por los trabajadores de este nuevo laboratorio. La forma distendida y animosa de ser de Bowditch genera el mismo aire de alegría que se respiraba en el laboratorio de Ludwig. Y es en este escenario donde Walter B. Cannon (1871-1945) se especializa como investigador. No es de extrañar que estas mismas técnicas de experimentación, pero sobre todo la forma de motivar y enseñar a sus discípulos tenga una influencia directa de estos dos maestros de la fisiología. Por esta razón, cuando a Cannon le toca dirigir el Laboratorio de Harvard pone en práctica una herencia que va más allá de técnicas de experimentación, utilización de equipos de medición cuantificable, etc., en realidad lo que consigue preservar es la pasión por la investigación fisiológica; una pasión que se convierte en el verdadero motor de los grandes descubrimientos científicos.

 

Cannon será uno de los precursores de una nueva forma de fisiología que tiene como patrón el materialismo holista. Él comprende que muchos de los procesos que existen en el cuerpo humano están interrelacionados unos con otros. Uno de los términos que Cannon define es el de homeostasis. La forma en la que nuestro cuerpo regula el ambiente interno para mantener una condición estable y constante. Y esta nueva forma de ver la fisiología, es la misma con la que contamos en nuestros días.

 

¿Por qué he contado toda esta larga exposición? ¿A dónde quiero llegar? Pues bien, esa es la verdadera razón de esta entrada. En este momento me encuentro desarrollando mi tesis doctoral sobre los conceptos teóricos y filosóficos dentro de la fisiología de Walter Cannon. Para ello tendré que abordar el cambio que dio la fisiología a partir del pensamiento vitalista, para cambiar al materialismo mecanicista y finalmente un último giro al materialismo holista. Un recorrido que está estrechamente ligado a eso laboratorios de los que les hablaba al principio, pues es en ellos donde toman lugar las investigaciones que fueron dando los pasos para llegar a entender la fisiología como lo hacemos en la actualidad.

 

Lo cierto, es que esto me obliga a tomar la decisión de dejar de escribir por un tiempo este blog. No es un adiós, es un hasta luego. Cuando termine, les haré partícipes de las conclusiones a las que haya llegado, pero siguiendo la máxima de “el que mucho abarca, poco aprieta” tendré que dejar este espacio suspendido por un tiempo. Gracias por su paciencia.

 

R.III


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