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Juan Valverde de Amusco

Llevaba tiempo queriendo sacar esta entrada, para hablar sobre la oportunidad que tuve de asistir a la defensa de la tesis doctoral de mi amigo José Miguel Hernández Mansilla. Su tesis titulada La idea de hombre en Juan Valverde de Amusco ha obtenido el sobresaliente Cum Laude, la nota máxima otorgada a una investigación. José Miguel ha sido el compañero más cercano que he tenido a lo largo de mi formación doctoral y su logro es una inspiración y una alegría muy especial.

Su investigación se centró en el anatomista renacentista Juan Valverde de Amusco. Un médico vilipendiado por su contemporáneo, el sobresaliente anatomista Andrea Vesalio, y esto es probablemente una de las razones por las que Valverde no ha obtenido el lugar en la historia que se merece. José Miguel analiza la posición en la que se encuentra este anatomista en la historia de la medicina y entre los aspectos que describe sobresale el olvido de su vida y su obra; pues muchas compilaciones históricas de médicos renacentistas directamente no hacen mención de este anatomista; y el error de juicio, pues aquellas que sí lo mencionan, tan sólo lo hacen como si este se tratara de un imitador de la obra de Vesalio, colocándolo en la posición de un anatomista menor. Por esta razón su estudio es de suma importancia, porque pone la atención en la figura de este denostado anatomista y nos acerca a sus verdaderas aportaciones.

La tesis hace un recorrido por las ciudades en las que posiblemente vivió Juan Valverde. La pequeña villa palentina de Amusco, la ciudad de Valladolid, y las metrópolis italianas de Padua, Pisa y Roma. Un fundamental protagonismo en este estudio lo tiene la idea de vocación intelectual, pues para José Miguel este anatomista inició tan singular periplo vital debido a sus ansias de formarse como médico y como anatomista. Su trasiego, por tanto, está motivado por la instrucción que probablemente recibió en los importantes centros de estudio de aquella época que estaban localizados en estas poblaciones: la Universidad de Valladolid (la segunda en número de estudiantes en el siglo XVI, precedida por la Universidad de Salamanca y seguida por la de Alcalá), la Universidad de Padua (junto con la de Boloña “eran las mejor dispuestas para la enseñanza y el aprendizaje de la medicina y la anatomía” de aquel entonces), el Ospedale di San Francesco Grande (donde practicó la clínica Giovanni Battista da Monte),  el teatro anatómico de Pisa y el de Roma, entre otros. Probablemente en cada uno de estos puntos Juan Valverde fue completando su educación hasta convertirse en el ayudante inseparable de su maestro Realdo Colombo.

Sin embargo, el tema central de este estudio se centra en la idea que Juan Valverde guardó sobre el cuerpo humano. Para ello, José Miguel se remonta a la relación que existió en el Renacimiento entre la anatomía y otras disciplinas, de las que puede destacarse la arquitectura y la ingeniería. Entre otros, menciona a Francesco di Giorgio quien “fue uno de los primeros autores en combinar arquitectura e ingeniería con la realidad corporal humana”. Di Giorgio equipara en su diseño lo que sería una perfecta ciudad con la anatomía humana. La construcción por tanto debería tener en cuenta torres de defensa (a la altura de los codos y pies de un individuo), la zona triangular que existe entre las piernas estaría destinada a los cultivos, la parte abdominal sería el mercado, a la altura del corazón se colocaría la iglesia y en la cabeza la torre más alta de la defensa.

 Juan Valverde

También analiza la idea descriptiva de Luis Lobera de Ávila y Bernandino Montaña de Monserrate quienes comparan el cuerpo con torres. Pero ¿cuál es la imagen que tiene de Valverde? Según José Miguel, Valverde vería en el cuerpo humano una construcción, al igual que otros contemporáneos. Recordemos que el mismo Vesalio hace referencia al cuerpo con el apelativo de fabrica. En el caso de Valverde, su idea de hombre también sería la de un templo. Este cuerpo, perteneciendo al propio individuo, estaría al servicio del Sumo Artífice, y destinado a cumplir cada uno de sus designios.

Gracias a esta investigación, se podrá recordar las descripciones anatómicas y fisiológicas de Juan Valverde de Amusco, así como su aportación léxica en la configuración del castellano, pues fue la Historia de la composición del cuerpo humano fue uno de los tratados que se utilizó para construir la lengua española, y finalmente, la figura tan entrañable del intelectual renacentista en cuyo afán de conocimiento hace un largo recorrido para consolidar su arte. Un trayecto que, por otro lado, José Miguel, quinientos años después, también imita intentando recopilar toda la información posible sobre este anatomista. Me hace gracia pensar qué hubiera pensado Juan Valverde de que un estudioso, cinco centurias después de su existencia, prestara tanta atención a su vida. Azares de la historiografía…

 

R.III


El organismo y su perfección

El cuerpo humano es sorprendente como un conjunto. Los sentidos están estructurados de tal manera que sólo perciben aquellas sensaciones que pueden beneficiar o perjudicar al hombre, de forma que éste puede aprovecharlas o evitarlas. Por ejemplo, el dolor que percibimos por los impulsos nerviosos y que podemos englobar en el sentido del tacto nos avisa de una herida; imaginemos que no pudiéramos sentir cuando nos hacemos una cortada; las personas podrían morir desangradas sin darse cuenta de ello. La sangre en sí misma también alerta; de hecho es interesante que el color de este fluido sea tan llamativo. Tal vez es lo que nos lleva a asociar el color rojo al de alarma (señales de tráfico, cruz roja, prohibición, etc.). Por otro lado, el oído y la vista no puede percibir ciertas longitudes de onda como los ultrasonidos o los rayos ultravioletas; de esta forma el hombre no se vuelve loco en un mundo cuya cantidad de información podría dejar completamente desconcertado a cualquiera.

Walter Cannon fue el fisiólogo que acuñó el concepto de homeostasis (de homeo semejante, y stasis  estado fijo). Un proceso del organismo que intenta mantener una constancia de sus funciones para preservar la vida. “La condición constante que mantiene el cuerpo podría denominarse equilibrio. En todo caso, esa palabra viene a ser un significado bastante más adecuado cuando es aplicado a simples estados físico-químicos, donde fuerzas conocidas están compensadas. Los procesos fisiológicos coordinados que mantienen los estados constantes en el organismo son tan complejos y peculiares a los seres vivientes […] que he sugerido una designación especial para este tipo de estados, homeostasis”[1].

Un ejemplo sencillo es el que se da cuando, en altas temperaturas, el cuerpo libera calor a través del sudor para mantener estable la temperatura interna. Sin embargo, esta interacción de los distintos órganos va mucho más allá. Para empezar, si el calor se prolonga es probable que los osmorreceptores del hipotálamo detecten el aumento de concentración de solutos y la osmolaridad de la sangre; con lo que mandarán una señal para producir la sensación de sed. También los osmorreceptores favorecen la liberación de la hormona ADH para que el riñón concentre la orina y limite la pérdida de agua. Toda esta concatenación de acciones se activa para mantener el sistema estable. Desde que se encontró esta relación de procesos, el estudio del funcionamiento del cuerpo humano dejó de ser macanicista (ver al cuerpo como una máquina, cuyas partes se pueden estudiar de forma independiente) para volverse holista; o sea que hay que ver al cuerpo como un todo. Para los holistas, de no estudiar al organismo bajo esta perspectiva se pueden pasar por alto procesos cuya función repercute en otros sistemas con los que mantienen relación.

Y pese a esta  sofisticada maquinaria que es nuestro cuerpo, me parece interesante como esta supuesta perfección cuenta con cabos sueltos que parecen contradecir la sabiduría del cuerpo. Por ejemplo, ¿por qué cuando uno tiene varicela o alguna enfermedad parecida en la que por nuestro bien deberíamos evitar rascarnos en las llagas que brotan, el cuerpo parece empecinado en mantener un prurito que nos inclina a frotarnos? Si realmente existe tanta excelencia corporal ¿por qué el cuerpo no evita el picor y así previene una posible infección en caso de rascarnos con las manos sucias, o simplemente que no queden marcas?

Mi hijo hoy tiene conjuntivitis y me pongo un tanto nervioso cada vez que se lleva los dedos a los ojos. Sé que no puede evitarlo, pero eso sólo lo empeora. Además sus manitas no es que sean el colmo de la limpieza. Le riño y le retiro la mano cada vez que lo sorprendo, pero al rato ya está repitiendo la operación. Se desespera y lleva sus palmas a las mejillas, pasea los nudillos por los vértices de los ojos sin llegar a tocárselos; se acerca mucho y se estira la piel como haciendo ojos de chinito, pero consigue vencer la tentación unos minutos. Sin embargo, no pasa mucho tiempo antes de que esté otra vez frotándose. Sé que da gustito rascarse; ¡es tan placentero! ¿Cuántas veces no habré estado en la misma situación aplacando el picor restregando mis órbitas vigorosamente? Por un momento la sensación es celestial,  pero cada vez el cuerpo pide más y más. Por eso, aunque la sensación sea provocadora, le explico que entre más se rasque más le van a picar.

No estoy realmente preocupado; las gotas que le recetó el doctor lo van a aliviar, no va a perder la vista, ni mucho menos. Pero su incomodidad –qué duro esto de ser padre- hace más mella en mi espíritu que el propio malestar físico que le acosa. Esa impotencia por no poder aplacar su picor me hace plantearme algunas preguntas. ¿Dónde está esa máquina perfecta? ¿Por qué nos vanagloriamos tanto de ese “magistral” organismo? Quizá todas esas suposiciones no sean más que otra entelequia con la que los seres humanos nos conformamos.

R.III


[1] Cannon, W. B.,: The Wisdom of the Body, The North Library, New York, p. 24.

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