“I don’t care what you think
Unless it is about me”
Drain you, Nirvana
Probablemente después del “negro” de Metallica, el disco que más influyó mi juventud fue el Nevermind de Nirvana. Si no he escuchado ese disco mil veces, no lo he escuchado ni una sola. ¡Qué fuerza tiene! Con él crecí musicalmente y me independicé de los grupos sesenteros de mi padre (que, por cierto, también me encantan). Cuando lo ponía en mi habitación todo saltaba por los aires. Un chavito de unos trece años brincando y moviendo su cabeza (sin melena) al son de canciones irreverentes, que afortunadamente ya entendía en ese entonces. La portada del álbum –que todo aquel que sepa de que estoy hablando ahora, la visualiza perfectamente en su cabeza- acude a mí de vez en cuando. El primer verano después de que nació mi hijo, por ejemplo, pensé en lanzarlo a la piscina para ver si nadaba igual que el bebé de la portada (su madre obviamente lo impidió). Pero en todo caso, la sola mención de la banda Nirvana me lleva a esa imagen poderosa, original y me recuerdan ese primer idilio serio que tuve con la música.
Es un disco que con cada canción te permite un enamoramiento irrevocable y, por ende, la infidelidad aflora con igual inexorabilidad. Quién no ha escuchado “smell like teen spirit” una y otra vez, como si no hubiera más canciones en el álbum, para unos días después, olvidarse de ella y sin compasión, comenzar a regodearse con “Polly” o con “Come as you are”? El disco es tan potente que no hay canción a cuál irle. Drain you (¡ah! tal vez mi preferida), Lithium, Stay away (cuando más objetos volaban por la habitación), On a plain, Lounge act, Something in the way e incluso In Bloom.
¿Qué por qué sale a colación? Porque esta mañana mientras intentaba trabajar en el doctorado emitieron en Radio 3 la repetición de un programa de septiembre en el que se hablaba sobre los 20 años del Nervermind (se publicó en 1991). ¡20 años! Y después de escuchar el programa me puse el disco de principio a fin y me estremeció como antaño. Llevaba años sin escucharlo, fuera de la portada que viene a mi mente de vez en cuando, es un disco que tenía ahí en mi cajón del olvido. Y aún así, me pareció como si no me hubiera abandonado nunca. Ahora, a la distancia, viendo que envejezco junto a ese disco, comprendo que esta fuerza de la que he estado hablando no es injustificada. Este álbum ha pasado a la posteridad y algunos de los lectores de esta columna estarán asintiendo al leer estas líneas. La sensación y el recuerdo han sido estimulantes. Quizá este sea un síntoma que nos ayuda a anticipar un clásico… quizá es sólo melancolía.
R.III
Portada de Nevermind, fuente Wikimedia commons