Conocí a Alexander Anchía en la Universidad Nebrija. Un día se acercó al Centro de Estudios Hispánicos donde yo trabajaba como profesor. En cualquier caso no fue el entorno, sino nuestra afición literaria lo que nos unió. Quedamos varias veces para tomar unos vinos mientras charlábamos de poesía, narrativa o simplemente nos contábamos nuestros proyectos y jugábamos a arreglar el mundo. Desde aquellos días de Nebrija, por ya más de un lustro, nos seguimos la pista pese a la distancia. Nos recomendamos sitios para poder publicar o nos pedimos consejos con algunos de nuestros textos.
Aunque no soy una persona religiosa, a raíz del poemario de Alexander, El misterio en ti desperté, me he puesto a leer a Rabindranath Tagore con la esperanza de que también su poesía despierte el Misterio en mí. También es cierto que, como profesor de antropología, siento un inmenso respeto por el hecho religioso, no importando la fe a la que corresponda y es un tema que siempre me ha interesado. Pero lo cierto es que yo no soy capaz de creer ni en un orden trascendental, ni en un ser que lo haya puesto en marcha. Por esta razón, cuando Alexander me pidió presentar su poemario pensé que quizá no era la persona adecuada para hacerlo. De hecho, llegué a creer que no iba a conseguir entender o disfrutar los poemas que El misterio en ti desperté contenían. Bastó llegar al primer poema Encrucijada para que se disipara toda duda… Como dice un verso de esa poesía “sé a quién embriagar de asombro”, así mismo me sentí yo conforme me iba zambullendo en la lectura del poemario: embriagado.
Alexander hace una relectura del acto religioso. Intenta alejarse del adoctrinamiento, que como él mismo expresa, no hace más que “herir al asombro”. Y en esto reside de manera fundamental la aportación que hacen estas poesías a la vida espiritual. Porque no es lo mismo religiosidad que espiritualidad. De hecho, la religiosidad sin espiritualidad es simple fanatismo como muestra el siguiente diagrama.
El misterio en ti desperté hace una relectura de esa religiosidad, tratando de llevarla de nuevo al terreno de lo espiritual. Ahí es donde nace la crítica que hacen los místicos a las escrituras. Intentando “rebasar los dogmas”, revelando aquello “escondido en los maderos” como diría Anchía. Una lucha para que “la cátedra vaya más allá de fórmulas, flores y aplausos” y se recojan los frutos que da el silencio y la meditación. Me gusta pensar que este libro es una revolución. Quizá una revolución pequeña, pero un movimiento de cambio al fin. En mi imaginación no soy capaz de apartar el siguiente símil. Tengo en la mente la imagen de Lutero pegando las 95 tesis en la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, dando comienzo así a la Reforma Protestante… me lo imagino clavando ese documento censurando los abusos de la Iglesia en el gran portal de la iglesia y de pronto se gira como para verme por encima del hombro y es la cara de Alexander la que veo, con esa sonrisa tan suya, tan amigable, tan pacífica. Quizá es una comparación exagerada. Es probable que Alexander se quede alucinado con mi comparación, pero no puedo dejar de pensar en este libro como una llama nueva para abordar los misteriosos caminos de la fe.
Por otro lado, no creo que sea para menos. Alexander Anchía nos habla de la casa de Dios como un sitio que no debería estar limitado por los artificios del hombre. ¡Cómo va a estar Dios sólo en una Catedral, en una Mezquita, en un Templo Hindú o en una Sinagoga por más inmensas que sean! ¡Pamplinas! De existir una casa de Dios esta debe de estar “en cualquier espacio”; ahí “donde irrumpa la luz” o donde sonríe un niño, nos dice Anchía. Es decir, en todas partes. Y es que el Misterio en ti desperté habla de una iglesia “que comprende lo que busco” yo como persona individual. No lo que quieren que busque imponiendo sobre mí designios de otros.
Y por supuesto, el verbo. La palabra que es ese espacio… ese medio con el que nos quiere transmitir algo inefable: el misticismo. Ya Wittgenstein dijo que de lo que se puede decir se puede decir claramente y de lo que no es mejor callarse. De lo que hay que callarse es lo que rebasa nuestros límites del lenguaje y, por tanto, nuestros límites de conocimiento. Como no podemos definirlo con palabras, porque parece que la esencia de lo inefable se nos escurre de las manos, es mejor no intentarlo. Wittgenstein pensaba en especial sobre el misticismo y la ética. Dice en su diario: “No ayuda a rezar el arrodillarse, pero uno se arrodilla”. ¿Por qué? Explicarlo carecería de sentido, pero eso no quiere decir que el fenómeno no esté presente.
Alexander consigue a través de la poesía llevarnos a ese mundo espiritual. A que formemos parte de su revolución. A que nos dejemos asombrar con esas “palabras que exprimen estrellas/ malabares donde el poeta/ echa a suerte sus metáforas”.
R.III
Presentación del libro El misterio en ti desperté
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©R.III
*Basado en el texto que usé para presentar el poemario de Anchía.