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Leyenda

Dicen que para conseguir ser un héroe es necesario dedicar el cuerpo y alma a crear una leyenda. ¿Y tú, Orteguita? Apenas puedes con eso que se llama vida. Tú que consideras que poco tiempo te queda al cabo del día como para ponerte a pensar en tu recorrido. Tú, Orteguita, que tan sólo te dejas llevar por la ola de acontecimientos que algunas veces te derriba y que otras consigues sortear para ganar impulso, aunque no sepas muy bien cómo aprovecharlo para llegar al sitio a donde quieres ir. Y es que los héroes no parecen mortificarse como haces tú con el tiempo que dedicas al trabajo, a la familia, a los amigos y, en general, a la búsqueda de la felicidad; sin tener muy claro qué significa eso y cómo se puede conseguir. Así es difícil construirse esa leyenda que le agencia a uno el título de héroe.

¿Pero realmente quieres ser un héroe, Orteguita? ¿Todavía tienes esos absurdos sueños de grandeza? No te engañes, a ti lo que se te da bien son las anécdotas, las cosas pequeñas; lo efímero. Deja las leyendas para otros y tú sigue dando diminutos pasos en el reducido escenario en el que te han dejado actuar. Ve y siéntate en esa terraza a leer y tomar un albariño, abraza a ese niño que ahora es más alto que tú, piérdete en una librería y escoge un libro (sólo uno) para llevar a casa, tómate un tinto con los Candiani, con Pirot, con Omar, con José Antonio, con Jaime, con Dani, con el Isma o con todos a la vez. Déjate de leyendas estúpidas y sal a caminar por las calles de Madrid con la música en tus oídos. Déjate querer por tus perritos cuando estés en el sofá viendo una serie o una película. Haz lo que se te da bien, Orteguita, ponte a preparar una de esas clases que tanto te gusta impartir; a veces tienes suerte y los chicos te miran con verdadero interés, participan y te preguntan. Déjate de existencialismos y ponte a escribir, aunque sea para alimentar tu blog. Sal a pasear con tus perros a la Casa de Campo, silencia el móvil, duerme todas las siestas que puedas, sigue viajando, conoce más gente, visita museos.

Tu vida no es una leyenda, Orteguita, y tú no serás un héroe. Sin embargo, algún día podrás decir que has vivido y que estás listo para que caiga el telón. Pero para eso todavía queda tiempo: habrá nuevos avatares, dichas, sonrisas y lágrimas… retazos de una vida ordinaria, pero también digna de vivir.

R.III

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Victor Hugo (la leyenda) y R.III (la anécdota).

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©R.III


>El segundo final del verano

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Hoy me despedí por segunda vez del verano. Este periodo estival mezcló ingredientes que me otorgaron momentos de felicidad con otros que me sombrearon con su melancolía. Fue una oportunidad para reencontrarme, volver a estudiar y escribir, compartir buenos ratos con gente especial para mí y desconectar de la rutina diaria. Pero también ha sido una etapa de adaptación con mi nueva vida, un lance con nuevos enemigos y una constante batalla por reconciliarme con la soledad.

Mi primera despedida del verano fue hace un par de semanas; justo cuando salí de vacaciones. Fecha en la que tuve que separarme de una amistad (¿?). Su ausencia consiguió desteñir el cielo despejado de Madrid, que las calles perdieran su luminosidad, que el termómetro comenzara su descenso.

La despedida de ayer no fue menos contrita. Terminaron mis vacaciones; Madrid, ya antes descolorido, empezó a repoblarse de ruido, de máquinas y de gente con un estado de ánimo parecido al mío; y dejé de lado una etapa que resultó más satisfactoria de lo que esperaba, en la que pude dedicarme a tiempo completo a mi hijo Ramón IV.

Hoy también me despedí por segunda vez de la casa de María (hace unos meses, también mi casa). Volveré a dormir en mi (muy reciente) nueva cama, en mi (muy reciente) nueva casa, bajo el cobijo de mi (muy reciente) nuevo estado de cosas.

No estoy muy seguro si echaré de menos el verano, pero hoy agrego a mi espíritu el doble peso de este adiós.


>La Sangre

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«… se había limitado a enumerar recuerdos compartidos como si la complicidad estuviera sólo en la memoria.» Alberto Méndez El idioma de los muertos
Ya no es un niño, es un hombre, pero sobre todo es mi hermano. Me lo dice algo cuando miro su foto (mi madre diría que es la sangre), aunque esa imagen no me informa de su salud, de sus últimas alegrías, de sus últimas derrotas. Ese retrato que ahora tengo frente a mí es la única estructura de la que puedo agarrarme para construir su historia. Para engañarme, o acertar, de su bienestar. Es mi hermano coño y es un extraño – o más bien es alguien a quien extraño-.

Recuerdo su infancia, que fue la mía. Lo imagino y la efigie de mi mente es tan diferente a esa foto, que me vuelvo a engañar para verlo igual. Su silencio en la fotografía, me recuerda que le decíamos el callado, pero es un mutismo diferente; casi tan grande como el que abarca la historia entre nosotros los últimos años.

No, ya no es un niño, es un hombre, pero sobre todo es mi hermano. Y espero que la sangre me lo siga diciendo por los años de distancia que vendrán.

Foto prestada por Alejandro Ortega

>Tu Imagen

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I won’t need your picture
Until we say good bye
The Doors

Esta frase de la canción I can’t see your face del disco Strange Days la tengo muy asumida. Mientras las relaciones con las personas a las que quiero son estables, alegres y satisfactorias no me hacen falta tener sus fotografías. A veces me gusta cristalizar los momentos, pero sólo por ser sucesos pasajeros que algún día querré recordar y no propiamente por las personas que aparecen en ellas.

Pero en cuanto sé que algo no va bien, empieza una obsesión mía por sacar todas las fotos de aquellas personas a las que creo que perderé. Es como si fuera la última posibilidad de mantenerlas a mí lado. Luego en el futuro miro esos retratos y sé que aquellos lejanos recuerdos existieron. Que esas personas pasaron por mi vida, que no fueron un sueño, una ilusión y así mi tormento es más llevadero…

Tu Imagen

Me anticipé
y te cristalicé
en cientos de imágenes
ya puedes escapar
tu recuerdo
tu efigie
seguirán conmigo
me hablarán de un sentir
que no pude fotografiar.

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