De Raymond Carver aprendí el repudio hacia los finales redondos dentro de la narrativa. ¿Qué es eso de vivieron felices para siempre? ¡Pamplinas! Denle a la princesa un lustro con su amado y lo volverá a ver convertido en rana. Carver, con mucha probabilidad (nunca lo he estudiado; es tan sólo una intuición), debió pensar que la realidad en su totalidad es efímera. Bajo esa premisa es imposible plantear un final cerrado. Por eso todos sus relatos son sólo fotografías de la cotidianidad en un continuum de vida. Una vez narrada la semblanza retratada, se sabe que la vida de esos personajes continuará de una forma velada para el espectador.
Yo procuro seguir esa máxima también en mi escritura. De hecho, me interesa mucho que sea el lector el que siga construyendo una historia a la que yo sólo le he dado un soplo de vida. Mi intención es que cuando el lector termine la obra, de forma automática y sin poder remediarlo, empiece a construir en su imaginación posibles alternativas a seguir desde aquel punto que yo propuse como final. Esas ficciones concebidas por los lectores son parte del proceso creativo; quizá la parte fundamental.
Cuando escribí Lucía (perteneciente a la compilación Un gran salto para Gorsky) tenía la intención de escribir un relato de terror al estilo del Romanticismo. No había leído a Hoffmann para entonces, pero ahora que conozco la obra del autor prusiano, he de confesar que no iba muy descaminado. Se trataba de un cuento de fantasmas, en la que era fundamental que hubiera un lazo de amor entre, Leonardo, el personaje principal y Lucía. También quería que ese lazo quedara enmascarado a partir de unos misteriosos acontecimientos, de tal forma que el lector sintiera, ante todo, incertidumbre. Incluso metí un personaje que funciona como distractor (un guiño a Fuentes) y toda la narración se cubre de misterio. Aunque sabía hacia dónde dirigir el contenido y la finalidad de los giros de acontecimientos que planteo, no quise desvelar de forma evidente mis intenciones. El resultado es un texto abierto a múltiples interpretaciones con la esperanza de que la persona que se haya acercado a él tomara el testigo y prolongara la narración en su mente.
Creo que una de las mayores satisfacciones que he tenido como escritor, sin mencionar los amables comentarios que hacen los lectores de mis escritos, es ver cómo una de mis historias evoluciona cuando se trabaja en otros registros. Los productores de Terror y Nada Más le han dado una nueva y potente vida a Lucía a través de una ficción sonora. El gran trabajo de Miguel Ángel Pulido, en la dirección, montaje, postproducción y poniendo la voz a Leonardo, ha conseguido ese halo de misterio engrosando la fuerza del relato. También la voz de Antonio Reverte, que actúa como Richard, y la musicalización complementan y enriquecen la producción.
Aquí paso un enlace a la ficción sonora. En el ordenador se puede escuchar directamente desde la web, pero para el móvil hay que bajar la aplicación de ivoox. Espero que lo disfruten.
Picha aquí para escucharlo.
R.III
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©R.III
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