Aventuras bibliotecarias

¡Cuántas veces no me ha pasado! Suele ser un error recurrente. Sacar algún libro de la biblioteca y que se te pase la fecha de entrega. Esto equivale a un día de sanción; o sea no poder solicitar préstamos por cada día de retraso. El problema se multiplica si en lugar de haber pedido sólo un libro, te has llevado dos, diez, quince… cosa no poco habitual para un estudiante de doctorado. En ese caso la sanción crece de forma proporcional (aunque desproporcionada) a los libros que entregas tarde. No es raro, por tanto, que uno pase una semana, un mes e incluso más sin poder acceder a esos añorados textos.

¿Qué hacer? Gran cuestión, sobre todo cuando tus adelantos dependen de aquellos manuales a los que debes acceder para terminar esa tesis. En uno de esos momentos de desesperación recuerdo haber acudido a un mi amigo; llamémosle José Ángel (mejor que estas historias contengan nombres falsos). Pues bien, este amigo me dejó su carnet para ir a la biblioteca de la facultad de medicina. Él no tenía tiempo de recogerlos para mí, así que tuve que ir solo. Solicité en la recepción de la biblioteca, a una gentil sexagenaria, que me dejara los tratados que necesitaba. Ella me los trajo y me pidió el carnet. Después de hacer las comprobaciones reglamentarias me pregunta, no sin cierta sospecha (o eso quise ver yo en su pregunta):

—¿Eres José Ángel?

—Claro, quién voy a ser si no —contesté.

—¡Ah! Ok —se pone a teclear en el ordenador a paso de tortuga, mientras yo comenzaba a sudar—. Es que estoy viendo tu dirección. ¿Eres de Albacete, verdad?

—Sí, claro, es mi domicilio familiar —nótese la seguridad pese a que mi apariencia indígena poco tiene que ver con los oriundos albacetenses.

—¡Hombre, chico! —el sudor aumentaba— Es que si estás viviendo en Madrid es mejor que me des tu dirección de aquí. Así si necesitamos notificarte algo, te enteras antes.

—¡Ah! claro, claro —contesté, mientras pensaba si sería capaz de recordar la dirección de José Ángel, cosa que por imposible, no vi otra opción que dar la mía —¿Quiere que le diga mi dirección?

—Yo creo que es lo suyo, hijo —nótese ahora que esa última puntualización venía con un ligero tono sarcástico.

—De acuerdo, pues es…—por los nervios se me borró completamente el nombre de la vía donde se localizaba mi, en ese entonces,  muy reciente morada— a ver cómo era el nombre de mi calle…

—¡Pero cómo! ¿no te sabes tu dirección? —más sarcasmo, si cabe [y más sudor también].

—Claro que me la sé, pero es que se me olvidó. Acabo de mudarme, ¿sabe?

—No te preocupes, haz memoria que no tengo prisa.

Yo dale, y dale a la memoria, pero nada salía de mi cabecita. Me bailaban los nombres. Recordaba el lugar donde viví tantos años cuando estuve casado, pero dar esa dirección me parecía ya un poco violento. La localización de mi nuevo hogar se había esfumado. Tanto titubee y tardé que la buena mujer me dice:

—Vale, no pasa nada. Ya me la dices otro día. —Yo suspiré aliviado— Anda dime de nuevo la de tu casa de Albacete que ya lo borré.

No me fastidie, pensé.

—Mire, creo que tiene razón, es mejor que pongamos la de Madrid —dije—. Déjeme hacer memoria un minuto más.

No sé si fue la buenaventura divina o la adrenalina, que ya de por sí había hecho que mis glándulas sudoríparas me bañaran la camisa, el caso es que de pronto vislumbré el nombre de mi calle.

—Calle de la Cañada, 51, 1ºB. —No mentí, lo recordé.

—Muy bien  —nuevamente el tecleo parsimonioso— Ya está cambiada tu nueva dirección.

—Genial. Muchas gracias —contesté y me di la vuelta para salir.

—Espera chico… —otra vez la buena mujer me solicitaba atención con una mirada entre divertida y sospechosa —que te dejas los libros.

—¡Cierto! gracias, gracias.

Salí de la biblioteca antes de que fuera capaz de volver a llamarme. Fui directo donde mi amigo José Ángel a comunicarle su nuevo domicilio. Después me largué con el par de libros bajo el brazo pensando que es fundamental apuntarse las fechas de entrega para evitar estos tragos.

R.III

Biblioteca de Celso, Éfeso, Turquía

Biblioteca de Celso, Éfesos, Turquía. 

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Si te ha gustado esta entrada prueba con Cómo tratar un libro.

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Acerca de Ramón Ortega (tres)

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3 respuesta a «Aventuras bibliotecarias»

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