Sales de tu trabajo y caminas rumbo al metro. Esta vez no traes atado a tus oídos los audífonos que te arrastran hacia caminos musicales aleatorios. A tu lado, caminando casi a la misma velocidad que tú, un hombre hablando a través de su teléfono móvil. Le cuenta a alguien en tono vehemente una historia sobre un compañero de trabajo. Se nota su enfado y busca la aceptación y apoyo de su interlocutor, quizá su mujer, quizá otro compañero. Bajas al metro y ves, apiñados en grupo, a algunos miembros del personal de seguridad que comentan acaloradamente sobre un suceso de esa mañana: un impertinente usuario se había saltado el control de acceso sin pagar y además había tenido la desfachatez de encararse con uno de ellos. Todos seguían la historia atentos; centrados en la explicación del que la relataba. Miradas y movimientos de cabeza mostraban su respaldo: ¡claro que había hecho bien en echarle! Alguno de ellos hizo un comentario que no escuchaste, pero todos rieron. Ya subido en el vagón del metro centras tu atención en tres chicos relativamente arreglados y perfumados, calculas que deben tener dieciséis años. Hablan sobre un videojuego. Comentan seriamente una estrategia para poder acceder a lo que supones es el siguiente nivel. El que explica los pasos a seguir usa sus manos para simular los movimientos del personaje del juego. Uno de los que lo escuchan hace bromas e interrumpe, pero el otro mira con suma atención. Irrumpe un acordeón por encima de las voces de los chavales y pasas tu mirada a otro extremo del vagón. Un señor de unos 50 años toca el instrumento, no es una de esas melodías cotidianas. Esta persona ha decidido interpretar algo diferente y disfrutas la tonada. Unos segundos antes de llegar a la siguiente parada, el señor deja de tocar y pide ayuda a los pasajeros. La mayoría lo ignora, casi todos siguen encerrados en su mundo de mensajes de whats app, de música o de lectura electrónica. Unas paradas más adelante llegas a Príncipe Pío y cerca de la mitad de los pasajeros del suburbano salen en tropel. Tú entre ellos. Te da la sensación de que todos llevan prisa; unos a otros se adelantan para intentar alcanzar las escaleras eléctricas primero. Hay algunos –muchos- que suben por las escaleras normales cuando se percatan de lo que tendrán que esperar si quieren ir por las eléctricas. Hay quien viene en pareja o con amigos, pero la mayoría va solo.
Cada uno de ellos tiene una historia y un contexto. Lo sustancial, el motor que los hace moverse, su existencia entera gira en torno a esa historia. Conviven con muchas otras vidas (entran en contacto con ellas en el metro, en la oficina, en persona u on line), pero su circunstancia es la primordial. Su pequeño mundo se reduce a su empleo, a sus videojuegos, su acordeón, su familia, sus escritos de blog, y cada uno de estos elementos configura su razón de ser (aunque no se hayan parado a pensar en ello). Saben que en otros países se pasa hambre, que hay gente a quien desahucian de sus viviendas, que existen señores que pueden gastarse miles de euros en una velada, han escuchado hasta la saciedad de la delincuencia, de la violencia de género, de la consolidación de grandes emporios, de la guerra, etc. En muchos casos llegan a sentir empatía o repulsión por estos otros sucesos que acontecen allá afuera, pero no les queda más remedio que centrarse en su vida y, lo quieran o no, darle una consideración significativa.
En el organismo de un ser vivo pasa algo similar. La unidad funcional del riñón, por ejemplo, a la que se le conoce como glomérulo es la célula que permite a este órgano filtrar el plasma sanguíneo. Gracias a esta habilidad del riñón se pueden separar las sustancias que entran en el cuerpo y desechar aquellas que son dañinas a través de la orina. Si pudiéramos pensar en el glomérulo como una unidad independiente, todo el centro de su existencia consistiría en actuar de determinada manera para filtrar la sangre. Sin embargo, los glomérulos mantienen una estrecha relación con el corazón, porque gracias a la presión con la que se bombea la sangre estas células pueden filtrarla. Y no sólo eso, también tienen una relación con las células receptoras de los vasos sanguíneos que detectan la presión osmótica del plasma, lo que manda una señal al cerebro para que dicha filtración aumente o disminuya. Por tanto, si no hay suficiente líquido, la filtración glomerular disminuye y no se pierde líquido previniendo la deshidratación, y cuando detectan un aumento entonces se incrementa la filtración y se elimina más líquido evitando un edema (una hinchazón). No se puede decir que el glomérulo tenga conciencia, pero de tenerla, ésta la usaría para desempeñar su labor sin pensar en vasos sanguíneos, células cardiacas, neuronas u otros; vive para filtrar y todo lo importante gira entorno a su actividad.
Consigues salir del subterráneo preguntándote, por qué es aquí cuando te llegan estas reflexiones. Es probable que sea por encontrarte rodeado de toda esa gente que camina solitaria con sus historias acuestas. Andas rumbo a tu casa sin parar de pensar que las células forman órganos, los órganos sistemas y finalmente este cúmulo de sistemas dan pie al organismo vivo. Así como con lo glomérulos, todo en el cuerpo está estrechamente interrelacionado, aunque sus partes trabajen de forma “en apariencia” independiente. Te preguntas: “¿Qué nos hace pensar que esta cadena se detiene ahí? ¿Por qué no pensar que existe también una unión entre nuestra vida y las otras?”. Estás convencido de esta relación; de que esas personas anónimas con las que entras en contacto todos los días y también con aquellos otros que no ves y no conoces –pero que a su vez chocan con esas otras vidas de su entorno- forman cadenas de causa y efecto que repercuten en todos. Sigues caminando pensando en estos grandes temas, sabiéndote pequeñito como una hormiga, como una célula del organismo; tan trascendental o nimio eres en el universo como el polvo de estrella.
Pobres de los hombres que se toman tan en serio su papel en esta gran comedia universal –¿o será una tragedia?-. Algunos, incluso, pretenden darle un sentido totalizador; una explicación convincente. Aunque la mayoría se conforma con mantenerse en movimiento, salvaguardando su realidad y circunstancia.
Has llegado a casa…
R.III
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29/03/13 at 20:07
Tu escrito me ha hecho pensar en Murakami y en la escena final de la película Closer, de Mike Nichols.
Me ha dejado un sabor ligeramente melancólico, lo cual, en mi caso, equivale a decir que me ha dejado un muy buen sabor.
Saludos desde Cracovia, Ramón.
Alex.
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31/03/13 at 12:10
Muchas gracias Alex. El sabor melancólico es lo que sentía cuando lo escribí, así que me alegro de la sintonía. Un abrazo,
R.III
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21/12/16 at 22:20
Me interesan tus reflexiones, Ramón, y tu mirada. Un abrazo fuerte
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30/09/17 at 16:17
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6/04/19 at 21:08
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27/10/19 at 19:55
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24/12/20 at 13:26
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