>Reflexiones Sobre la Pobreza

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Pienso este escrito mientras cae sobre mí uno de los pocos chaparrones que suelen acaecer en Madrid. He salido poco preparado; de hecho no traigo ni siquiera un paraguas, razón por la que tengo que soportar directamente la pírrica venganza que Tláloc suelta sobre los madrileños. Pero más allá de mi descuido al salir de casa, me doy cuenta de que las circunstancias en las que vivo harían pensar a algunos de mis conciudadanos que estoy casi a la puerta de ese llamado “umbral de pobreza”. Hoy me he puesto los zapatos viejos y no es que los otros que tengo sean nuevos (ya van a cumplir tres años) pero los que traigo hoy llevan acompañándome cerca de una década; los compré un par de años antes de venir a vivir a este punto, no del mundo, sino de mi vida. No hubiera pensado en ellos si no fuera porque entre charco y charco ya tengo los calcetines calados.

Esta humedad que me enfría los pies me hace caer en la cuenta tanto de mi carencia de calzado, como de cualquier otro tipo de ropa. Llevo más de dos años que no me compro nada de vestido. Los calcetines y calzoncillos me los sigue suministrando mi madre cada vez que me ve y últimamente mi chica colabora en esta tarea benéfica. Cuando vino mi padre a Madrid la última vez (hace un año ya) me dijo: “te voy a comprar algo de ropa ¿Dónde quieres que la compremos?”. Yo qué iba a saber, al no tener costumbre, tampoco gozaba de información. Finalmente fuimos a un centro comercial cualquiera y me dijo: “Venga, aquí te espero; tú escoge lo que quieras”. A los amigos a los que he contado esta anécdota, creen que me quiero hacer el anticonsumista, pero la verdad es que no tenía ni idea de por dónde empezar a buscar. De hecho en ese momento realmente creí no necesitar nada. Hoy sé que necesitaba zapatos.

Así que se me juntan las dos cosas: mi poca necesidad de vestido con el poco, o nulo, dinero que podría emplear para este fin. Y aunque tendré preocupado a más de un lector -que probablemente es también algún amigo o familiar – por mí actual situación (“Pobre de Ramón, seguro que la está pasando muy mal”) en realidad, para su consuelo, esto no es exactamente así. Claro que podría comprarme unos zapatos nuevos o una camisa, pero eso me haría renunciar a otras cosas que valoro mucho más.

Siempre he pensado que algún día podría llegar a ser un “intelectual”; con todo lo que conlleva el dichoso apelativo. Y si alguien me apura, podría admitir que siempre he tenido la convicción de conseguir ser un buen escritor. Pero con el tiempo me voy dando cuenta de que en realidad lo que a mí me gusta es ser “hedonista”. Sí, esos tipos a los que el motor de su vida, o más bien, la fuente de energía que les proporciona movimiento y voluntad es el placer. El placer de comer, el placer de beber y obviamente (y en mis caso muy principalmente) el placer sexual. Más que perseguir esa idea de ser un intelectual o un escritor, paso mi vida a la caza del placer. Y si alguien hiciera la pregunta del por qué creo esto, mi respuesta sería que desde hace tiempo he buscado en mis tiempos libres más la obtención de placeres mundanos, que el de mi formación intelectual o el de mi práctica literaria.

Últimamente me apetece más estar frente a un buen chuletón de carne, que frente a Husserl y toda su fenomenología. Disfruto más de unas copas de un vino somontano, acompañadas de una buena charla, que conocer las diferencias entre el materialismo mecanicista y el materialismo holista. Sin olvidar el gozo de tener entre mis manos dos senos redondos y apetecibles y las sensaciones que despierta ese aliento cálido que pasea por cada recoveco de mi cuerpo, especialmente por ese rinconcito en el que pienso ¡Nada me motiva más! Hoy por fin me sincero, no con el mundo, sino conmigo mismo. ¿Me siento, acaso, más liberado?

Sigue lloviendo y continúo caminando hacia ese lugar que – por cierto – ya casi no me brinda ningún placer (si es que algún día lo hizo): el trabajo. Mis zapatos están rotos y mis pies mojados, pero ¡ay que feliz me siento! Mi vida no es en este momento ni mis zapatos viejos, ni mis pantalones gastados. Bien podría renunciar a esos pocos ratos de esparcimiento y exceso, de los que tanto disfruto, y comprarme parsimoniosamente algo de vestido; tal vez en unos meses podría tenerlo por cubierto, pero… ¡no me da la gana! Prefiero seguir usando esos 10 euros en un tour del que me estoy haciendo experto: Un bocadillo de calamares y un vasito de tinto en la Plaza Mayor (3,20€), dos vasitos más con sus correspondientes tapas en la Taberna de los Ángeles (3€) y como para entonces ya se me ha calentado la boca y hay que enfriarla, dos vinitos más en el Asturiano (3€). El pico lo dejo de propina, para que los camareros me pasen los vasitos más llenos la próxima vez.

Hoy me sincero con la lluvia, mis zapatos me tendrán que aguantar un poco más y el cielo sigue gris.

Acerca de Ramón Ortega (tres)

Ramón Ortega III https://unviajepersonal.wordpress.com/acerca-de-mi/ Ver todas las entradas de Ramón Ortega (tres)

3 respuesta a «>Reflexiones Sobre la Pobreza»

  • Nanak

    >Interesante…muy interesante.Me siento identificada contigo, y, conociéndote, sé que lo que cuentas es la cruda y simple realidad.Un abrazo,,,º¿º,,,

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  • Virgilio Sofistófeles

    >Órale va, chico hedonista. Vamos a ver de dónde y hasta dónde te alcanzan tus propias palabras. De qué pie cojeas, digamos, que es bien sabido ése día no era cojera, sino humedad, lo que tus pies gozaban (aunque alguno piense, por lo escrito, lo padecías).Primera evidencia: chaparrón, y no aguacero. Eso por no mencionar lo de “Pienso este escrito”, figura que en literatura llamamos elipsis, en la cuál comportas ambigüedad temporal (lo escrito en nuestra lengua importa el tiempo, sobre todo en las desinencias verbales, aunque eso ya lo sabías). ¿Quiero con esto echarte el guante en lo de “escritor”? Para nada, compadre: todas las personas hablan continuamente con muchísima literatura en la boca. Y además no aplicaste la elipsis con ganas de hacerlo.Sigamos con el primer párrafo, ya de corrido: “acaecer”, y no “caer” (el usar el infinitivo ya dice algo sobre tus capacidades de expresión en lengua escrita; el no reiterar un verbo, dice más; el emplear un verbo de uso infrecuente en México y bastante común en España, combinado con una construcción claramente latina, dice mucho más); “pírrica”, “Tláloc”; “los madrileños”; “algunos de mis conciudadanos”; el “ese” de “ese llamado” llevaría acento: “ése llamado”; la hermosa refiguración de “nuevos” (nuevos en comparación con los otros, que no son los otros sino los actuales, actuales claro en ese momento, mucho más viejos). “este punto, no del mundo, sino de mi vida”; “entre charco y charco”, lo de “charco” es relevante; “calados”.Así me puedo seguir, párrafo por párrafo y hasta renglón por renglón (te mencioné una elipsis, pero no mencioné un montón de otras cosas que en este momento no quiero definir, así que válgame sólo el decir que ahí están). Con lo que, ¿cuál pobreza, amigo Ramón? Ya sé que tú mismo dices que no, no es así, que tus amigos y familiares no debemos irnos con dicha finta (con lo cual hiciste de paso un excelente énfasis en la dicha finta, ¿viste?). Pero espérame tantito: también dices que la intelectualidad te da dentera si la comparas con el placer, que te sientes fastidiado por tener que trabajar y que lo tuyo, hoy por hoy, es andar de trago en trago entre dos acostones. Hedonismo, le llamas. Pero Ramón, ¿tú te crees que entre quienes te leemos hay sólo “blogeros” sin seso? Llamarle hedonismo ya tiene lo suyo de intelectualidad, redactar un texto comprensible y estructurado (algún fallo hay en el ritmo, concedo, pero sólo si se analiza el texto desde la pura ortodoxia, y no desde el texto mismo) no me vengas que es cosa que cualquiera hace (y menos me cuentes que aún más, cualquiera se cuenta a sí mismo un texto antes de ponerse a escribirlo, es decir, “lo piensa” (Pienso en este escrito mientras cae sobre mí…”), prefigurándolo, y luego dándole forma mientras lo, ahora sí, escribe.Creo recordar esos tenis que veo en la foto. Si no esos mismos, algunos muy parecidos (y sí, yo le llamo tenis a las zapatillas deportivas, sin pararme a pensar si son tenis, zapatillas, o zapatos informales). Lo que no recuerdo es que tuvieses tantas, pero tantas ganas, de echarte un tinto, un vinito aparte, o unos calamares: unos tacos cualesquiera con una chela ─la marca era lo de menos─, bastaba. ¿Comunista eso? Por favor, que no te den coba de imbécil. Al menos no te la crees, que ya es algo. Yo por mi parte no puedo considerarte empobrecido cuando tantas, pero tantas evidencias das en un texto de lo muy enriquecido que estás, en este punto de tu vida.Espero topemos pronto para poder echar coto, manito.Amorosamente,tu amigo,Emilio.

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